Francisco Lemus | Twitter: @PacoJLemus
La mayor parte del siglo XX México tuvo un gobierno en apariencia democrático, con notables tintes de autoritarismo, a pesar de ello gozó de una gran legitimidad entre la mayoría de la población, gracias al origen popular de la revolución que dio origen a este nuevo Estado y su Gobierno encarnado en un solo partido político.
Desde los años 60’s, cuando el régimen aún gozaba de buena salud, muchos estudiosos de la política empezaron a cuestionar los factores que daban tanto vigor y legitimidad al régimen posrevolucionario que había logrado reformar al Estado y plantear una propuesta de desarrollo que hizo creer que era posible saltar del subdesarrollo al desarrollo.
Desde entonces se empezaron a hacer estudios orientados a comprender la cultura política de los mexicanos, desde la infancia bombardeada ideológicamente -necesario para construir una idea de nación- hasta el comportamiento electoral de los adultos.
Y aunque quedaba claro que la ignorancia sobre la esencia de la democracia era abundante, había una notable confianza en ella. En las encuestas dedicadas al tema, había una casi unánime aprobación hacia al sistema en general, aunque la mayoría decía no estar de acuerdo con el gobierno y sus agentes.
Tras la crisis política de 1968, la económica del 82 y el desastroso papel en el terremoto del 85, el gobierno, parte fundamental del Estado fue cada vez más cuestionado, hasta que en 1988 la derrota fue inevitable, salvo por un fraude electoral que a estas alturas prácticamente nadie se atreve a negar.
El anunciado “fin del PRI” llegó hasta el 2000, pero las esperanzas en la democracia rápidamente se vieron apagadas por otro cuestionable proceso electoral. La violencia apareció como la opción para el joven pero ya decadente gobierno panista, lo cual finalmente le costó caro y desde entonces este partido ha ido en franco declive.
López Obrador, un político conocedor del oficio, pragmático, pero armado de la retórica de izquierda que a finales de los 80’s logró generar un discurso medianamente sólido en una parte importante del PRD, apareció entonces como la alternativa a la política que desde inicios de los 80’s solo arrastraba a un número creciente de mexicanos a la miseria.
Su candidatura, prácticamente construída por 18 años, logró arrasar en las elecciones, como hacía décadas no se presenciaba. Generando sobre todo una renovación en la confianza de la mayoría de los mexicanos en el régimen, que a pesar de la alternancia panista, se había mantenido con pocos cambios y en constante desgaste.
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Hoy López Obrador cuenta con niveles de aprobación que para cualquiera de sus predecesores y adversarios son inimaginables. Y aunque éstos últimos insistan en asegurar que este gobierno es sinónimo de ruina, pregonando su desconfianza a la menor provocación, la realidad es que muchos mexicanos hoy vuelven a creer.
Desafortunadamente, para quienes renovaron su confianza y para los adalides del nuevo gobierno, López Obrador solo hay uno, y tiene fecha de caducidad. Si bien, el respiro de legitimidad que le ha dado al régimen era más que necesario, su duración no será tan larga como lo fue en el caso de la revolución mexicana.
La figura caudillista de López Obrador irá creciendo, seguramente en poco tiempo empezaremos a escuchar vida y milagros del líder que rayarán en lo religioso, sobre todo en boca de sus sucesores, sin embargo, esto estará lejos de darle legitimidad eterna a quienes vengan después de él.
Desgraciadamente para la democracia mexicana, la cultura política de la mayoría sigue siendo muy elemental, unos confundiendo el insulto hueco y banal con el pensamiento crítico, y otros venerando la figura del líder que por lo menos se ha acordado que las masas de desposeídos existen, deseosas de una vida y trato digno.
Es prácticamente inevitable la victoria de Morena en los próximos comicios electorales, sin embargo la suerte del régimen, sobre todo la permanencia de la legitimidad de la que goza actualmente, es la que no tiene las cosas tan seguras. Probablemente postular a una mujer a la presidencia le dé un nuevo respiro, pero una nueva crisis política seguirá expectante.