Las perspectivas políticas y económicas para México en 2017 son negativas, porque las Reformas Estructurales fracasaron; las expectativas creadas desde el Gobierno Federal quedaron en buenos deseos. La llegada del presidente de Estados Unidos, Donald Trump terminó salvándolo al desviar la atención hacia afuera. Atrás quedaron la inseguridad, la falta de empleos, la crisis financiera, la violación a los derechos humanos por parte del ejército, la censura a los medios de comunicación. La inflación y la deuda pública siguen incrementándose, e incluso existe el riesgo real de que el país entre en recesión. Pero ahora todo se le atribuye al mandatario estadounidense, como si su sola presencia se convirtiera en un catalizador.
Sin embargo, la clase política quedó rebasada, al igual que la sociedad civil que dejó constancia de su dependencia de los políticos que dicen despreciar. La gente no ha encontrado respuestas más allá de las marchas que habían organizado contra el gasolinazo, la cuales cesaron ante la nueva amenaza.
¡Ni para dónde hacerse! la izquierda decidió trasladar su proselitismo a territorio estadounidense: Andrés Manuel López Obrador anunció que el 14 de marzo se reunirá en Nueva York con el comisionado de la ONU con el fin de denunciar al gobierno de Donald Trump por violación a derechos humanos de los migrantes, y un día después interpondrá en Washington una denuncia ciudadana ante la CIDH. El gobernador michoacano Silvano Aureoles Conejo probó suerte en el vecino del norte, trayendo como resultado un descalabro mediático propinado desde Los Pinos. Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, prefirió quedarse en territorio nacional y proponer la construcción una mayoría social que cambie el país y de manera democrática impongan las trasformaciones necesarias en cuestiones económicas y en la conducción política.
En el campo económico nada bueno podemos esperar; difícilmente se logrará este año un superávit primario de entre 0.4 y 0.6 por ciento como estima la Secretaría de Hacienda, con lo que la deuda pública seguirá creciendo hasta representar el 51 por ciento del Producto Interno Bruto. Otros factores que actúan sobre la deuda son el tipo de cambio y la tasa de interés que podría llegar a 51 por ciento.
Recordemos que en la última década el Gobierno no ha cumplido con el gasto aprobado por el Congreso; se ha gastado más. Esto provocará que el superávit ni siquiera llegue a equilibrarse, va a ser cero o negativo. Las finanzas públicas, con todos los ajustes al gasto, están afectando el consumo y la inversión del gobierno, el cual si no da las señales de equilibrar la balanza pública nos van a bajar la calificación. A esto se añade la caída abrupta de los precios del petróleo y a que la reforma fiscal no dio los resultados que se esperaban.
Además hay un completo estancamiento de la inversión en cartera extranjera, la inversión en el país está desplomada, la incertidumbre no permite a las empresas planificar y hacer inversiones de mediano y largo plazo.
En este escenario, la única fuente de crecimiento es el consumo interno el cual avanzó alrededor de 3 por ciento el año pasado, pero el gasolinazo, la depreciación del tipo de cambio y el incremento en las tasas de interés llevó la confianza de los consumidores mexicanos a su mínimo nivel histórico en el mes de enero, lo que podría causar un shock de consumo y llevar la economía a una recesión.
Los bancos tendrían que cortar el crédito ante el alza en las tasas de interés, además de que el crédito ya se está encareciendo para empresas y familias. La inflación a los consumidores llegará a 5.5 por ciento por encima del 4 por ciento esperado por el Banco de México; la economía supera un crecimiento de 1.5 por ciento, con riesgos a la baja.
Ahora bien, se han encarecido las importaciones de diversos insumos que utilizan las empresas nacionales que han optado por buscar proveedores locales para abaratar costos y lo mismo sucede con los consumidores que prescinden de productos importados que solían consumir.
La suerte está echada.