En días pasados, a una Senadora de la República, se le ocurrió proponer que los aspirantes a legisladores deban, a partir de la aprobación de su propuesta de reforma, acreditar que cuentan con educación superior para poder aspirar al cargo, ello mediante la presentación de título y cédula profesional. El objetivo, dice, es que la sociedad cuente con representantes de calidad que puedan cumplir las expectativas de sus electores.
Fuera de que se trata, evidentemente, de una propuesta inconstitucional en sí misma, que violenta diversos principios históricos y democráticos nacionales e internacionales y que, naturalmente, no va a ser aprobada ni siquiera en comisiones- a menos que se alinearan complejos escenarios en su favor, lo cual se antoja sumamente remoto-, no es ni la primera ni la última vez que escucharemos propuestas similares, desde diversos sectores sociales. Y es que la razón es bastante comprensible y, desde luego, muy empática.
Para nadie es ajeno el hecho innegable de que contamos, como país, con un cuerpos legislativos mayoritariamente ignorantes, incapaces y corruptos, a grados cínicos y en todos los niveles, tanto en el Congreso de la Unión, en los Congresos Locales, como en los más de 2,400 Cabildos del país. Las muy contadas excepciones – que sí las hay y varias- se ven abrumadoramente avasalladas por una mayoría de “legisladores” que, o bien no tienen idea de su labor, la malentienden despreocupadamente, o la utilizan maliciosamente (por si mismos o por sus acreedores políticos) para satisfacer sus intereses y los de su grupo. Lo anterior no distingue partidos o ideologías, es una epidemia nacional.
Propuestas como aquélla, entonces, mejor o peor dirigidas, como la reciente campaña en redes para lanzar jitomates a políticos francamente impresentables, o los videos virales donde se muestran las reacciones desde la molestia, la vergüenza, la indiferencia, hasta el cándido pasmo de diputados – uno penosamente michoacano – que no saben ni siquiera los conceptos fundamentales de los más básicos artículos constitucionales, surgen de la expresión de un legítimo hartazgo social, de la frustrante situación política nacional que, encadenadamente, tiene consecuencias económicas, jurídicas y sociales.
De ahí que para mucha gente, los derechos fundamentales y demás conceptos importantes para la dinámica social moderna, pasen a un segundo plano cuando se pone en la mesa la frustración, la rampante decepción y su consecuente personificación en nuestros políticos y sus instituciones. Sin embargo la respuesta no pasa por cancelar o restringir el derecho de ser legislador. La ignorancia y la desvergüenza no se quitan con títulos universitarios y la corrupción incluso parece aumentar con ellos (un ladrón profesional sabe mejor cómo y por dónde robar).
En una Nación en la que los duartes, los abarcas, los padrés y los tantos y tantos políticos (para no herir más susceptibilidades) que creen que el presupuesto es para gozarlo y que la ley es para adornar libreros, tienen a los gobiernos, quebrados e impotentes; en la que los legisladores no saben ni la O por lo redondo (más que cuando son ceros en los cheques), dejando su importantísima responsabilidad en manos de “asesores” que las más de las veces son más bien meros asistentes personales o compromisos humanitarios; donde los jueces y magistrados tienen sueldos de escándalo por hacer procesos y sentencias, igual de groseras, siempre indiferentes y soberbios, aislados ante una realidad que diariamente los rebasa, escudándose en “limitaciones de la ley” que interpretan a modo, una respuesta sensata es la que viene de la participación ciudadana y el involucramiento de la gente en los asuntos públicos.
Por ejemplo, en el caso que nos ocupa hoy, la respuesta no es pedir diputados y senadores con licenciatura, eso es inconstitucional de necesidad; ya se sabe que en materia legislativa, un caso consagrado de cinismo de los legisladores, es el de los servicios civiles de carrera que, a pesar de ser una excelente forma de profesionalizar y dar seriedad a los cuerpos legislativos, son letra absoluta e intencionalmente muerta, porque representan la disminución dramática de los espacios laborales para cuates, recomendados y ahijados de los señores representantes populares. Otra alternativa que está pensada para la profesionalización es la reelección, de modo que los mismos legisladores (y alcaldes, que también fueron contemplados por la reforma constitucional), respondan ya no a sus partidos, sino a sus electores, nosotros, obligándolos a regresar y rendir cuentas si es que quieren conservar una reputación política.
La obligación obvia en una democracia para nosotros como ciudadanos comunes y corrientes: votar. Primero tenemos que ir a votar, repudiar el abstencionismo y aclararle a aquel que dice que no vota porque todos son iguales (o simplemente porque le da flojera… ¿cómo pues, en domingo?), que no ir a la urna es garantizarle la permanencia a esa casta de ladrones que dice que aborrece. Luego, ya que decidimos votar: analizar. No seguir votando por los lerdos de siempre, no casarse ciegamente con colores ni rostros amables sino con propuestas, conocerlas, sopesarlas, y votar por aquél que tenga las más concretas, sensatas, realizables, nada de “bienestar para todos”, “progreso para tu familia”, “nos va a ir mejor”, “el cambio es muy bonito” y demás tonterías. Quien ofrezca eso, vende humo, y caro. Es cosa de sentido común.
Ya que votamos, hay que evidenciar, denunciar, hacer presión. ¿Cómo?, haciendo opinión pública en todas sus vertientes, la más accesible que tenemos es a través de las redes sociales, las cuales cada día tienen más y más peso en la realidad cotidiana (¡ya pasan cosas!). La única condición, y fundamental, es hacerlo con responsabilidad, tratando siempre de opinar con argumentos informados y reflexionados, no basados en juicios virales porque entonces caemos en lo mismo que criticamos, hacer como Vicente que va donde va la gente; eso está mal hecho. Y, por favor, con ortografía.
Siendo conscientes, los ciudadanos podemos hacer mucho. No cedamos la plaza.
Nos estamos leyendo. Gracias.