El intenso olor a flores se siente desde antes de pisar la entrada al cementerio de Tzurumútaro, una cortina de Cempasúchil da la bienvenida a quienes la noche de este martes 1 de Noviembre llegan a velar a sus difuntos.
Un tapete de pétalos amarillos adorna el pasillo principal del pequeño panteón que desde lejos se distingue porque se alumbra con miles de luminarias naturales que arden a pesar del frío viento que se deja sentir.
Mujeres, hombres, jóvenes y niños se reúnen en torno a las ornamentadas tumbas en las que descansan sus familias. Se prenden más velas y se impregnan los sentidos de un sentimiento de tristeza y soledad.
Una mujer de por lo menos 70 años, vela en solitario al hombre que fue su compañero de vida, se percata de la existencia personas extrañas y tapa su rostro con el reboso negro que la cubre del frío.
Una sola de las tumbas se distingue porque en ella se deja ver la tierra, la misma que hace apenas unos años se abrió para recibir a Juan.. No tiene flores, no hay veladoras, solamente dos personas que a dicho, aseguraron que este año “no hubo dinero”, pero ahí están, firmes, llorando el fallecimiento de su padre a sabiendas que ese mismo sitio y esa misma tierra los recibirá “algún día, algún día…”
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