Se abre el telón del escenario vacío de mis días, frente a mis pasos autómatas y domesticados el ventanal de tu imagen irrumpe como el eco de una caricia perturbadora. Tu nombre.
Tu nombre llovizna hecho con las hieles de la marea y tejido con los amaneceres de la primavera germana; tu nombre angustia, intriga, madrugada.
Desdén. Tu voz, enigma, puñal de indiferencia. Cada instante. No sé por qué, yo me pregunto por qué y no encuentro más explicaciones que mi locura.
Y ese eco se convierte en murmullo, susurro, tarareo, voz garabato y grito, grito a latidos que estalla en un asedio asfixiante, y que solo se calma si me entrego a él. Y entonces me entrego.
Me entrego al manantial quimérico de pensarte. Y voy y te busco en el único sitio donde puedo encontrarte sin sentir el balazo de tu mirada fría: te leo.
Te observo de lejos y ahí te hago mío, mil veces mío, desconocida y calladamente mío.
Siento que te conozco, pero no lo recuerdo, no lo recuerdo; y aunque no lo recuerdo, te extraño tanto, mi amor, te extraño tanto.
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