Para superar la guerra entre el Estado mexicano y el crimen organizado, el único camino pareciera ser la expulsión de la clase política, pues muchos de los principales actores están involucrados con los criminales.
Solo sustituyéndolos se romperían estos vínculos, sin duda sería una tarea titánica que solo pudiera llegar a concretar una sociedad acorralada y desesperada. Sin embargo, en el caso remoto de que los ciudadanos alcanzaran el poder y conformaran un gobierno de transición no sería garantía de que las cosas cambiaran, aunque estarían en mejores condiciones de encontrar la luz en medio de las tinieblas. Bien vale la pena arriesgarse.
En este contexto, es necesario preguntase: ¿Cómo México se transformó en una potencia en el mundo criminal? La corrupción imperante en las administraciones de Luis Echeverría Álvarez (1970-1976) y José López Portillo (1976-1982), desembocaron en la sucesión de 1981, la cual se definió entre dos personajes señalados de tener nexos con el narcotráfico, el entonces líder del PRI Javier García Paniagua y el secretario de Programación y Presupuesto, Miguel de la Madrid Hurtado, quien a partir de su llegada a Los Pinos (1982-1988), abrió las puertas a la globalización, las organizaciones delictivas hicieron lo mismo, su entrada fue a través del puerto de Manzanillo Colima, tierra del ex mandatario.
En aquellos años la mafia continúo ensanchado su fuerza laboral bajo el beneplácito de los mandatarios Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), Ernesto Zedillo Ponce de León (1994-2000) y Vicente Fox Quezada (2000-2006).
Las estrategias de los Gobiernos Federales de Felipe Calderón Hinojosa (2006-2012) y Enrique Peña Nieto enfocaron sus esfuerzos en descabezar a los grupos armados, como consecuencias hay un crecimiento exponencial de la violencia, complicando así la pacificación de la nación. Gozar de paz social no es un factor determinante en la gobernabilidad de un país, si bien, facilita el ejercicio del poder. Así quieren entenderlo quienes actualmente administran.
Resulta lógico que la narrativa oficial intente maquillar la realidad, la premisa es negar que en grandes porciones de territorio nacional ellos fueran desplazados por los malhechores que ahora cobran uso de suelo, defienden las rutas de trasiego entre otras actividades. Ha sido una década sangrienta donde no existen cambios en el negro panorama, al contrario se agudizo, gracias a que una inmensa población vive en la extrema pobreza y la otra en un menor número lo hace en la extrema riqueza.
Los facinerosos aprovecharon el caos reinante y reclutaron de forma sencilla a personas quienes no vieron otra opción que les permitiera salir de sus apuros económicos. Además la sociedad mexicana ha venido dándose mutaciones en la escala de los valores donde resulta aceptable robar, extorsionar en vez de trabajar.
Sin duda pasará mucho tiempo antes de entender y profundizar sobre la tragedia de una población que se degrada a sí misma. El análisis de los intelectuales ha quedado corto, en sus reflexiones reflejan el miedo al ver pulverizado su modo burgués de vida. Tampoco ayuda la narcocultura que inunda el mercado, la mayoría de las obras son producto de periodistas oportunistas quienes sustentan sus dichos utilizando la mutilada versión oficial y en el peor de las situaciones provienen de la imaginación de estos sesudos autores.
De manera lamentable la cruzada de las autoridades contra los distintos cárteles iniciada hace diez años se tradujo en una erosión de las libertades civiles en México y no en la desaparición de la amenaza que dicen combatir.
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