Francisco Lemus | @PacoJLemus
El oportunismo es la falta de integridad, aquella que prioriza los intereses particulares por encima de cualquier otra cosa, como la ética o el bienestar colectivo. Cuando un proyecto político carece de principios claros y bien establecidos, el oportunismo encuentra el caldo de cultivo ideal para dar rienda suelta a sus impulsos más deplorables.
Entre muchas de las reflexiones que tuve la oportunidad de escuchar del profesor michoacano Fabricio Gómez Souza (1933-2013), una que se mantiene resonando en mi cabeza constantemente fue una referente al oportunismo, pues él aseguraba que cuando un programa político no tiene claridad el oportunismo se vuelve una plaga prácticamente imposible de erradicar.
Para el maestro Fabricio una rigidez extrema en los planteamientos de un programa llevaba al sectarismo y por tanto a la inoperancia, acababa convirtiéndose en un “club de Toby” al que era prácticamente imposible entrar, pero, por otra parte, tener principios o un programa en extremo laxo o inexistente, provocaba la proliferación del oportunismo.
Aunque hoy Morena se puede decir que tiene la sartén por el mango en lo que se refiere a la política nacional, no queda realmente claro cuáles son sus principios políticos y mucho menos cómo llegará a ellos, y siendo ésta la situación es necesario cuestionarse si todas sus alianzas son válidas y realmente están encaminadas a esas metas que -insisto- no queda claro cuáles son.
Morena, contrario a lo que a Fabricio Gómez Souza hubiera deseado, no es un movimiento anticapitalista, en su mejor momento se consideró antineoliberal, y en otros momentos de plano sólo se manifestó por eliminar las aristas más filosas de ese neoliberalismo, así que no podemos esperar un programa inspirado en el Manifiesto Comunista. Está bien, pero entonces ¿qué podemos esperar?
Es innegable que desde 2018 ha habido acciones que han ayudado a reducir la gran polarización que existe en la riqueza como consecuencia de las políticas neoliberales: se ha aumentado la recaudación de impuestos entre quienes más ingresos obtienen y se han generado programas sociales que ayudan a paliar la gran miseria que hay en todo el país.
Pero detrás de estas acciones, que sin duda generan una buena cantidad de votos, ¿se puede decir que hay un impacto efectivo en un cambio en la cultura y la sociedad mexicanas? O estamos en la antesala de un golpe de timón que en poco tiempo nos lleve de nueva cuenta a un estado muy parecido a aquel del que se supone que estamos saliendo.
La ideología es muy poderosa, la historia mexicana del siglo XIX y de su pensamiento liberal son prueba de ello, si México pudo resistir invasiones, luchas intestinas y el constante golpeteo conservador de la iglesia católica, fue por el faro que el pensamiento liberal representó en ese momento, y en teoría el presidente López Obrador lo sabe muy bien.
Pero el poder político también tiene un gran peso, ejemplo de ello también lo vemos en la historia de la posrevolución mexicana y cómo en el paso de dos sexenios la educación pasó de ser socialista en rango constitucional, a volverse falsamente neutral.
Aún sin poner en duda que López Obrador tenga las cosas muy claras, nadie vive para siempre y mucho menos ejerce el poder por siempre. Tener un movimiento en el que se privilegian las alianzas hasta con el diablo, pero que poco apuesta a un programa no puede llegar muy lejos y mucho menos pretenderse realmente hegemónico en el sentido de Gramsci (otro comunista).
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PD. A finales de 2004 tuve la fortuna de conocer a Fabricio Gómez Souza, y de esa reunión nació un grupo político universitario que marcó mi vida profesional y política, esa reunión se llevó a cabo en la biblioteca de la Secundaria Popular Carrillo Puerto, que hoy se encuentra amenazada de desaparecer por la rectoría de la Universidad Michoacana, rectoría emanada del gobierno morenista que se dice heredero de las luchas populares (otro oportunista).
Detengamos este nuevo ataque a la educación crítica y popular.
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