Foto: Francisco Garfias

¡Abran…! ¡Abran!”, pedía a gritos el legislador duranguense, Ismael Hernández Deras, al tiempo que jalaba con desesperación los encadenados barrotes de la puerta del Senado que se ubica Reforma, casi esquina con París.

Su angustia aumentó, como la de muchos de los que estábamos allí, con el desprendimiento de una pesada losa cuadrada de la fachada del edificio.

El ruido que produjo sonó como un aviso de que la mole de concreto se podía venir abajo en cualquier momento.

Gritos, desesperación, rostros asustados y, otra vez, la súplica ¡abran! coreada ya por decenas de gargantas.

  • Cuando la tierra comenzó a moverse, el reportero se encontraba en el llamado Patio del Federalismo, en charla con Carlos Puente, coordinador del Grupo Parlamentario del PVEM.

A unos pasos, el priista Hernández Deras daba una entrevista que suspendió con la primera sacudida.

Los dos hablaban mal del panista Ricardo Anaya y exigían aclarara lo que ya aclaró:

Que la empresa Manhattan Master Plan Development no está en un terreno baldío y que los que la compraron no pertenecen a la clase media baja.

El movimiento arreció. ¿Está temblando? Preguntó el Senador. “Sí, eso les pasa por andar hablando mal de Anaya”, bromeó el reportero.

Lejos estaba de imaginar la dimensión de la tragedia.

Anoche iban 149 muertos y contando.

  • Por la misma escalera que da a avenida Paseo de la Reforma bajaba, aflojándose la corbata, Emilio Gamboa, coordinador de los senadores del PRI. Traía la cara descompuesta.

Lo seguía, no menos espantado, su hombre en materia de comunicación: el doctor Héctor Lie. Los dos también se quedaron momentáneamente atorados en el lugar.

La tierra seguía moviéndose y los candados en su lugar.

Desde el pie de la escalinata, donde se agolpaba la gente que quería salir de la Cámara alta, los muros del edificio se veían grandes, amenazadores, terroríficos.

“Esto se nos puede venir encima”, pensó el reportero. La gente que estaba allí atorada se hacía la misma pregunta ¿por qué diablos no abren?

El crujir de los edificios de cristal, ubicados en ese tramo de Reforma, abonaban al momento de terror.

Nadie salió por esa puerta. Cuando dejó de temblar, un guardia hizo señales al grupo de que la salida era por la calle de París. La masa de gente empezó a moverse hacia donde le indicaban. Iba ya más tranquila.

  • La calle era un hervidero cuando abandonamos el Senado. Banquetas, camellones y glorietas fueron tomadas por la asustada gente. Nos pidieron seguir dos pancartas para alejarnos de una eventual fuga de gas o un derrumbe.

Una decía Pleno. Otra Hemiciclo.

Vox populi dijo primero que era un sismo de 6.7 grados. “El epicentro fue en Puebla”, aseguraban.

No pasó mucho tiempo sin que corrigieran el dato. Por el altavoz que coordinaba a empleados del Senado se informó que el temblor fue de 7.1 grados y que el epicentro se ubicó en Morelos.

  • Los senadores que estaban en el inmueble fueron todos a dar a la banqueta de Reforma. Unos a otros se mostraban los videos con edificios que colapsaban y el infaltable “estuvo cabrón”.

Una trágica coincidencia era motivo de plática. Ayer fue 19 de septiembre de 2017. En esa misma fecha, pero 32 años antes, ocurrió el terremoto que mató a más de 10 mil personas en la Ciudad de México. Eran tiempos del fallecido presidente Miguel de la Madrid, quien vivió con el estigma de su tardía reacción. Ese 19 de septiembre de 1985 me encontraba en París. Era corresponsal de este diario en Francia.

Lo recuerdo bien. Acababa de regresar de una conferencia de prensa que ofreció el entonces presidente de Argentina, Raúl Alfonsín, de gira por Francia, cuando recibí en mi casa-oficina una llamada del colega Roberto Vizcaíno para darme la noticia.

Las versiones que corrían entonces eran las alarmantes. Se hablaba, incluso, de la desaparición del Puerto de Acapulco.

  • Un dato que me devuelve la fe. En el recorrido que ayer hicimos nos pudimos dar cuenta de que, otra vez, se produjo una cadena de solidaridad entre los mexicanos.

Chavos y chavas, hombres y mujeres de todas las clases sociales se lanzaron a la calle para ayudar a los damnificados y limpiar las zonas dañadas ladrillo por ladrillo. Igualito que en 1985.

En las redes sociales las propuestas de ayuda se multiplicaron. Se formaron brigadas, las empresas y hospitales ofrecieron servicios gratis, compañías telefónicas dejaron de cobrar.

Ése es el México nuestro, no el de la violencia, la inseguridad, la delincuencia y la corrupción.

Es el México que no se deja vencer por terremotos y huracanes que nos han castigado de más. La naturaleza se ha ensañado con nosotros. Pero tenemos un país más grande que sus problemas.

  • En la acera de Reforma nos encontramos al panista Juan José Rodríguez Prats, voraz lector, buen orador, parlamentario de excepción. El que salía con Brozo en el extrañado Mañanero, el que se ponía unos agarrones frente a las cámaras con el buen Rafa Cardona.

El otrora senador azul venía con expresión de tristeza, con el alma apachurrada y la indignación a flor de piel. “¿Qué fumas? ¿Qué pócima tomaste? ¿En qué país vives?” Preguntaba al aire.

Parecía que recitaba.

Por allí se escuchó “sólo esto le faltaba a Peña”.

Juan José reaccionó espontáneo: “Estamos obsesionados con el supuesto autoritarismo del Presidente. No hay tal. Lo que tenemos es una falta de liderazgo, un gobierno débil…”.

Junto a este reportero estaba Luis Sánchez, flamante coordinador del grupo parlamentario del PRD en el Senado.

El perredista guardó un prudente silencio cuando Rodríguez Prats destrozó el nivel de diputados y senadores de la actual legislatura,  mofándose de la propuesta del Frente Ciudadano por México de que el Senado de la República nombre al secretario de Gobernación.

¿Eso viene en su programa, no? preguntó a Luis Sánchez, quien sólo asintió.