Francisco Lemus | Twitter: @PacoJLemus
Más de la mitad (52 por ciento) de los jóvenes adultos estadounidenses se encontraban viviendo en casa de sus padres en el pasado mes de julio. Este número rebasa incluso los mostrados a finales de la década de los 30’s después de la gran depresión, dato que da cuenta de la elevada precarización de la vida en la actualidad.
Estos jóvenes adultos tienen entre 18 y 29 años, un dato que tal vez para México no sea tan representativo, pero en una sociedad que ha marcado la pauta de la vida moderna, como la estadounidense, esto revierte el que era la considerado el ciclo natural de la vida, ya que tener más de 18 y seguir viviendo en casa de los padres era un claro síntoma de fracaso.
Para México tal vez este estándar sea menos rígido, sin embargo, desde hace varios años es notable que la dependencia de los hijos adultos hacia sus padres va en aumento. Ante la falta de opciones para poder salir adelante por cuenta propia, tienen que recurrir al apoyo familiar, que resulta una especie de subsidio al capital.
Es un subsidio al capital en el sentido de que las empresas pueden mantenerse pagando bajos salarios gracias a que estos jóvenes tienen subsanado el pago de rentas, servicios y otras cosas. Aún si aportan recursos al hogar, estos costos están lejos de ser los que implica la renta/compra de una casa y su manutención.
Si en el pasado, por lo menos en países subdesarrollados -como México-, se esperaba que los hijos, a partir de cierto momento, empezarán a aportar recursos a sus padres; en muchos casos esto está lejos de suceder, y más bien los padres acaban por tener que “apoyar” por un tiempo extra a sus hijos.
Desde luego, la primera reacción puede ser culpar a los hijos por holgazanes (y tal vez más de alguno pueda serlo), el hecho es que todo el sistema está bastante complacido con esta situación, pues esos jóvenes precarios no sólo pueden estar trabajando, también consumen muchos productos triviales, que de otro modo tal vez tendrían más dificultades para venderse.
En su libro sobre la historia del siglo XX, Eric Hobsbawn se decía sorprendido por el poco compromiso de las nuevas generaciones en la defensa de los derechos laborales, como el de la seguridad social. Para su generación, recordar la precariedad de los trabajadores en el periodo de entreguerras, era razón más que suficiente para evitar repetir esa situación a toda costa.
El dato de los jóvenes adultos de Estados Unidos puede dar un poco de luz sobre el retroceso que estamos viviendo, y cómo nos enfrentamos a una situación paralela a la que se vivía tras la gran depresión de 1929.
Si bien ahora no tenemos un panorama bélico que pueda asemejarse al de Europa en los años 30’s, la tragedia humanitaria que representan las muertes por Covid-19, a punto de llegar a un millón a nivel mundial, no es para nada mínima, sobre todo si se considera que muchos de ellos han sido sacrificios para mantener a la economía funcionando.
Tal vez estemos en el umbral de un cambio radical como consecuencia del hartazgo de la gente, pero nada está dicho, los años 30’s del siglo XX abrieron varias posibilidades: las más radicales representadas en el comunismo en el ala izquierda, y el fascismo en la derecha, con las fatales consecuencias que el fascismo tuvo para toda la humanidad.
Lo que es un hecho es que mientras estas condiciones de precariedad se mantengan, la falta de oportunidades efectivas de desarrollo para las personas, sobre todo las nuevas generaciones, seguirán siendo una constante, así como el riesgo de desecho para aquellos que ya han dejado de ser económicamente productivos, como “naturalmente” ya ha hecho el Covid-19.
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