Ser mamá es una de las cosas más maravillosas que existe. Desde que sabemos que estamos embarazadas, nuestro universo cambia: el cuerpo, las emociones, los pensamientos y hasta los hábitos, todo en nuestro ser se transforma para darle la bienvenida a un bebé.
Sin embargo, después de la llegada de nuestro hijo, hay momentos en que sentimos que el mundo se nos viene encima. A pesar de los innumerables consejos que nos dieron mamá y otras amigas, sentimos que no podemos controlarlo todo: un cambio de pañal parece todo un reto, y nos preocupa si estamos desinfectando de manera correcta los biberones; el bebé de pronto llora con más intensidad y sus necesidades parecen nunca terminar ni resolverse.
Estamos exhaustas, no hemos dormido en horas, ¡ni siquiera nos hemos bañado! Todo nuestro mundo ha sido capturado por un pequeñito al que esperábamos con mucha ilusión, y ahora estamos desechas, cansadas y tristes. Entonces comenzamos a llorar.
Mientras lloramos, nos preguntamos “¿por qué no puedo ser una buena mamá?” Y recordamos a la vecina y su bebé, lo felices y plenos que se ven dando un paseo en carriola, o a tu mejor amiga, que sonríe al contar cómo ha sido su experiencia como mamá primeriza.
Incluso te pasa por la cabeza el recuerdo de aquella mujer que tuvo tantísimos hijos y podía con todo. ¿Cómo lo lograban?
Déjanos decirte que ese desconcierto, la fatiga y hasta tus lágrimas son normales. De verdad: no hay mamá que no haya llorado, por más ayuda o apoyo que tuviera. Ser mamá es todo un cambio de vida, es como si te mudaras dentro de ti misma. Queremos ser la mejor mamá del mundo, y nos desilusionamos si no lo logramos.
No te desconsueles si ves a otras mamás sonrientes y tú no te sientes así. Al igual que tú, han pasado por momentos difíciles, situaciones que poco a poco sabrás manejar. Esta etapa es única y vale la pena disfrutarla. Y tu bebé te amará con todo su corazón por el gran esfuerzo que hacer por él. No lo olvides.