La ciudad de Morelia revive tras la Noche de Muertos, entre calles tranquilas y el aroma del cempasúchil.
Morelia, Michoacán.-Este domingo, el primer rayo de sol sobre Morelia descubrió un Centro Histórico en calma, muy diferente al bullicio que lo envolvía unas horas antes por la Noche de Muertos.
La Noche de Muertos, llena de visitantes y de ofrendas, había dejado su rastro en cada esquina, en cada calle y, sobre todo, en los tapetes de cempasúchil que adornaban las plazas.
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Amanece Morelia vibrante tras la Noche de Muertos
Sus pétalos, todavía vibrantes pero un tanto desordenados, parecían contar las historias de quienes los recorrieron durante la velada, un espectáculo que evocaba respeto y devoción por la tradición.
El amanecer dibujó un ambiente casi melancólico en las solitarias calles de Morelia, como si la ciudad misma estuviera cansada.
El eco de los pasos de miles de personas resonaba en los adoquines vacíos, mientras los pocos caminantes, mayormente turistas, deambulaban capturando con sus cámaras los detalles de los tapetes florales, que aún conservaban sus tonos naranjas y rojos, a pesar de la pisada incesante de la noche anterior.
Los rostros de estos madrugadores mostraban una mezcla de asombro y serenidad, como si la tranquilidad del amanecer les permitiera conectar de nuevo con el respeto que la festividad inspira.
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A paso rápido y con rostros de quienes han trabajado toda la noche, los trabajadores de limpieza avanzaban con sus escobas y recogedores, apartando pétalos y restos de papel picado, devolviendo al primer cuadro de la ciudad su orden habitual.
Con movimientos firmes, barrían el suelo mientras intercambiaban pocas palabras, como si comprendieran que la ciudad necesitaba un momento de reposo. Era evidente el esfuerzo de devolver la pulcritud a calles y plazuelas, luego del masivo peregrinaje que las impregnó de colores y emociones.
Algunas personas, que aún resistían el encanto de la celebración, permanecían en la plaza, sus miradas algo perdidas, con el aire propio de quienes han alargado la fiesta hasta el amanecer. Otras, en cambio, ya se incorporaban a la jornada laboral como cualquier día.
En pequeños grupos, o incluso en solitario, estos trasnochados parecían aferrarse a las últimas horas de la festividad. Con paso lento, algunos cantaban en voz baja, otros apenas murmuraban entre sí, aún vestidos con los atuendos que horas atrás fueron motivo de miradas y admiración.
Las calles, que la noche anterior estaban atestadas de vida, ahora se percibían tranquilas, como si el tiempo se hubiera detenido.
Los aromas a incienso y cempasúchil aún flotaban en el aire, fundiéndose con el aroma del café que comenzaba a emanar de los pocos locales que abrían sus puertas, listos para recibir a quienes buscaban una pausa antes de continuar su día.
Unos cuantos puestos de pan de muerto y atole, que aún no habían desmontado sus toldos, ofrecían un último vestigio de la noche pasada, llamando a aquellos que transitaban para que se llevaran consigo un bocado final de la tradición.
Al pasar de las horas, el sol fue ganando altura y la ciudad empezó a recuperar su actividad habitual, aunque el aire seguía impregnado de esa sensación de recogimiento que suele acompañar a la Noche de Muertos.
Mientras la limpieza avanzaba y los trabajadores recogían el último rastro de pétalos y flores, Morelia parecía renacer de las sombras de la celebración. Cada barrido y cada paso de los primeros visitantes matutinos parecían devolver a la ciudad su calma, como un suspiro después de una intensa velada.
Con el amanecer, Morelia se mostraba como una ciudad que había guardado con celo las historias de quienes la visitaron, de quienes honraron a sus muertos y de aquellos que vinieron a presenciar su fervor.
La Noche de Muertos dejaba atrás un silencio que retumbaba en cada esquina, resonando con el eco de la festividad que honra y recuerda a quienes ya no están.