Por: José Salvador Sánchez Gutiérrez
Hablar de clases sociales hoy en día, nos hace remontarnos al siglo XIX; aquel tiempo en el que la división social se basó en quienes tenían el control de los medios de producción y en quienes vendían su fuerza física a las fábricas para generar ganancias a un pequeño grupo de personas a cambio de una compensación económica que les permitiese solventar las necesidades básicas de cada individuo.
Estas clases sociales se llamaron en ese momento, burguesía y proletariado, el paso del tiempo dio lugar a diferentes movimientos y luchas en busca de una igualdad social. Hoy en día los conceptos mencionados anteriormente han quedado en el pasado, en esta época posmoderna la sociedad se encuentra dividida en “clase baja”, “clase media” y “clase alta”; división no muy diferente a la que se estableció en el siglo XIX.
Se introduce una posición media que da a entender al sujeto que su esfuerzo y dedicación, están siendo compensadas y le propone que a futuro podrá ser parte de la “clase alta”.
Con lo anterior los estados introducen al sujeto; una ideología que les permite mantener en control a las masas sociales, es mediante un discurso con el cual se hace pensar al sujeto que su posición social se deriva del poder adquisitivo que él tiene, pues, mientras más compre y consuma productos de empresas de renombre internacional; el sujeto estará lejos de la “clase baja” o pobreza.
La división social es una de las armas más poderosas utilizadas por el estado, pues con ello, se tiende a clasificar a los individuos según su economía, grado de estudios o actividad laboral, generando una lucha interna, carente de conciencia colectiva, sembrando el individualismo en los diferentes actores sociales.
Somos clase obrera, si bien; algunas personas venden su fuerza física y otras vendemos la fuerza intelectual, todo a costa de poder sobrevivir dentro del juego establecido por el sistema.
El creer que, al adquirir los objetos de valor más elevado dentro del mercado, da cierto estatus social, es vivir en un mundo de fantasía, donde el sistema, la globalización y los medios de comunicación son los principales responsables de crear dicha fantasía en el colectivo social.
Otro discurso apoyado por el estado es el ser “emprendedor”, es de esta manera como se deslindan de exigir a las empresas nacionales e internacionales mejores condiciones de trabajo para la clase obrera, además de que con ello se crea la ilusión de poder llegar a esa transición de ser “clase baja o media” y posicionarse en la “clase alta”.
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Nuestra sociedad actual muestra un panorama desalentador, lejos de crear conciencia colectiva, se sigue fomentando el individualismo y se vende la propia dignidad a costa de unos cuantos pesos y con tal de ganar “seguidores” que en la fantasía darán a la persona cierto estatus social y que además incrementará en ella ese sentido de pertenencia las “clases altas”.