Cada vez con mayor sorpresa, hastío y desagrado, somos testigos de cómo, a través de las redes sociales, ejércitos de resentidos, frustrados, envidiosos, amargados, pero sobre todo ignorantes (suma, grosera e impresionantemente ignorantes) empoderados con su derecho a opinar y picarle al teclado, llenan las páginas, las publicaciones, las noticias, de comentarios tóxicos, insultos de los más altos tonos, ácidas ironías y demás expresiones vomitivas, que sepultan la esperanza y la confianza en nuestra sociedad, tumbando de plano la imagen de pueblo noble, luchador, con la vista en el horizonte y no sé qué tantas virtudes más que, dicen, caracteriza al mexicano.
La tumban, digo, porque una de las características de este tipo de medios de comunicación masiva y libre es, desde el punto de vista sociológico, transformador (para mal) de las personalidades porque desnuda, bajo el manto del anonimato, la naturaleza hostil y primitiva de nuestros paisanos, la explosión de frustración, el odio al diferente (que discriminan, o bien, envidian por algo), dejando anestesiados el raciocinio y la conciencia para ceder ante el más puro instinto animal, que mucho dista del mito del mexicano bueno y decente.
Por supuesto que la libertad de expresión y de pensamiento, bien tan valioso y fundamental, protege a todos los que la quieran usar, para bien y para mal. Pero a muchos nos enseñaron, en buena educación que, 1: cuando uno no tenga nada bueno qué decir, mejor no diga nada; y 2: para evitar el ridículo y quedar evidenciados de tontos o ignorantes, que antes de abrir la boca hay que saber lo que va uno a decir.
En la relación entre las redes sociales y la política, o las cosas de gobierno en general, el asunto es un estercolero. Basta un recorrido somero de no más de 10 minutos por las noticias cotidianas de los asuntos públicos para terminar asqueado de tanta ofensa, sin el menor argumento, de todos contra todos. El camino es siempre el mismo: tal o cual fuente (ya sea acreditada o alguna de las pululantes fuentes marca “patito malicioso partidista electorero”) publica una nota de – esto es importante – lo que usted quiera (en serio, lo que sea), en seguida los “haters” (personas amargadas a las que no les parece nada de nadie y viven para hacerlo saber a todos, aventando sus gotitas de amargura a todo el que se deje) comienzan a hacer mofa, sorna o insulto directo contra alguno de los autores o los aludidos en susodicha nota “periodística”; paso tres, a la horda de haters, le responde otra horda de “lovers” (personas que defienden a los insultados por razones de diversa índole, legítima o interesadamente), último paso, del ataque y la defensa sobre el asunto pasan a lo personal y a partir de ahí se hace un revoltijo de dimes y diretes, sordos y ciegos que no tiene fin, porque, al parecer, el que deja de contestar pierde.
En este círculo enfermo no se distingue de partidos, orígenes, ideas (si es que alguna vez las hubo), ni nada. Y es que justamente esta es una de las características de la arena política de los últimos años: es una mescolanza política incestuosa, en donde lo que queda es gritar, así sea a tecladazos, y aventar golpes para desahogarse. Los más culpables de todo esto son nuestros queridos partidos políticos.
Los partidos políticos, otrora recipiendarios de ideologías respetables y confrontables con debate y argumento, con vidas internas pujantes y democráticas (quizá unos más que otros), están hoy convertidos en unas reverendas cloacas llenas de podredumbre.
El nivel de cinismo en su forma descarada de repartirse el poder y nuestros millones entre mafiecillas y cúpulas (basta ver las listas de precandidatos y las listas de plurinominales, que están cocinando en estos momentos en sus cubiles, los mismos de siempre, pero superándose en sus versiones de perversión y con una alergia marcada hacia perfiles valiosos que prefieren condenar al ostracismo por su falta de “incondicionalidad”), la forma descarada de gastarse millones y millones en spots insultantes y huecos, y la indiferencia grosera hacia cualquier tipo de congruencia, decencia y honradez, han provocado una seria y ya infranqueable crisis de confianza y credibilidad de un pueblo que ya no tiene ni siente absolutamente ninguna relación con estos entes mutantes y sucios.
Por supuesto que, ahí adentro hay perfiles valiosos, elementos abnegados que aún tienen esperanza en esa forma de organización política y se quedan ahí para tratar de recomponer el barco a fuerza de buena voluntad; pero son los menos, muy menos.
Las personas normales ya ven con ojos de entretención teatral tragicómica sus fútiles esfuerzos por mostrar una agenda con algún grado de ciudadanía, su incapacidad sorda para enterarse que no representan a nadie más que a sí mismos. De ahí que cualquier noticia que anuncie de las obras, programas, logros o avances en cualquier materia de la administración pública, del quehacer legislativo o judicial, aun siendo positiva y veraz, reciba como respuesta una sonora mentada de madre; lo cual si bien puede entenderse por lo que hemos comentado aquí, también resulta sumamente injusto, porque dentro del cuerpo burocrático, en todos los niveles y de todos los orígenes hay servidores que sí hacen su trabajo, que sí se esfuerzan y que son parte de la sociedad, con sus problemas, sus necesidades, sus aspiraciones y sueños. Estos justos, que además son mayoría en el sector público, no debieran pagar por los pecadores, esos están allá en la cima, tranquilitos, no les llegan los escupitajos.
Lo malo es que esas mentadas, ese odio, ese resentimiento y esa frustración se quedan en los muros de Facebook o de Twitter. No van más allá, porque a los mexicanos nos falta ese último grado de coraje, ese último empujón a la indignación para poner un alto. Se ocupa canalizar esa rabia. No sería raro ver, después del 1 de julio, cuando esta bacanal satánica política baje su volumen y se vea que, de nuevo, no llegamos a nada, que el abstencionismo fue rebosante, que se tuvo que escoger el menos peor de tres opciones vergonzosas y mediocres, que se comience a formar un viento de cambio, desde lo social, ciudadano, consciente, que redirija ese odio facebookero que tenemos hacia el prójimo, lo traduzca en urgencia de purga política y coloque a cada quien en su lugar. Organización señores.