De rodillas o caminando, miles de morelianos festejan a La Guadalupana en su día
El gorrito, la sirena, el tambor, las jaras, el diablito, ¡lotería! (…) Han pasado 40 minutos y la multitud no avanza, música de banda y la “cantante” de la lotería resaltan entre los murmullos de cientos de personas aprisionadas, que poco a poco esperan llegar al santuario de La Guadalupana en Morelia.
¡Ahí va el golpe! Grita una mujer que lleva entre los brazos a un pequeño con su indumentaria propia de la fecha: un calzón de manta, huaraches y camisa bordada, los bigotes pintados y su rosario de tule colgando del cuello; ¿el golpe? Un hombre que va de rodillas y que por el dolor apresura su peregrinar “¡abran paso!” grita otro al lado de él a la muchedumbre que, consiente de la manda, hacen lo posible para darle el paso.
“¿Si vamos a rezar?” Pregunta otra pequeña vestida de “guare” que va en los hombros de su papá y que ha pedido quedarse a jugar lotería y cenar un hotcake, que abundan en los alrededores de San Diego, templo en el que se venera a la imagen de La Guadalupana. A punto del llanto la niña pide no entrar al recinto, tiene calor, pero también tiene frío, tiene sueño y también pide de comer (…) La atención se centra en la chiquilla y en lo que parece un berrinche inevitable que solamente se distrae con el: “¡aguas!”, que le grita un hombre a otro, que por poco tropieza con una mujer que también va de rodillas.
El sudor cae por el rostro del que parece ser el marido de la mujer que va de rodillas y que la apoya en su peregrinar, se van adelantando dos jóvenes que le tienden cobijas dobladas a su paso. Y la multitud, de a poco avanza en su caminar; entre el olor de carne que se cuece y de cacahuates tostados, ven más de cerca la imagen de rosas rojas colocada en la entrada del santuario de la Virgen de Guadalupe en Morelia.
“Hay un escalón”, advierten los que van adelante (…) Empujones se sienten ya en la puerta del recinto religioso y el canto de la guadalupana ya se deja escuchar. “Por fin llegamos”, la multitud se dispersa entre todo lo ancho del templo, se avanza con más facilidad y suena el último repique de campanas, sale el sacerdote y un olor a incienso invade el ambiente.
Fotos: Ireri Piña/Contramuro
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Estamos ahí, frente a la Virgen de Guadalupe; hay lágrimas en los rostros de los peregrinos que no despegan la vista de la imagen de la morenita. El sacerdote inicia la celebración eucarística, las plegarias continúan: “mamita, virgencita mía, cuídame a mi mami allá en el cielo; cuídame a mí que sigo aquí”.