Por: Marx Aguirre Ochoa
Los cientificos sociales llevan más de cuatro décadas investigando el comportamiento humano y su propensión a cometer actos de corrupción. Los hallazgos son muchos. Hay estudios que indican que el comportamiento corrupto no necesariamente surge de un proceso gradual, sino que puede ser el resultado de que una persona decida aprovecharse de una situación única. Otros muchos estudios señalan que la corrupción no es un problema cultural de la sociedad, y que más bien tiene sus raíces en instituciones gubernamentales débiles y falta de transparencia del Estado.
Recuerdo cuando la revista Forbes en el 2013, nos sorprendió a los lectores, dando a conocer la lista de los diez personajes más corruptos de México, incluyendo dos líderes sindicales, Elba Esther Gordillo y Carlos Romero Deschamps( Pemex); tres ex funcionarios federales, Raúl Salinas de Gortari, Genaro Luna García y Alejandra Sota y, cinco ex gobernadores, Andres Garnier, Tomás Yarrigton, Humberto Moreira, Fidel Herrera y Arturo Montiel. Lo que me lleva hacer algunas reflexiones con respecto de lo que estamos viviendo hoy en día con la estrategia puesta en marcha para combatir el “Huachicoleo”.
En México, la corrupción tiene causas concurrentes, que incluyen la organización gubernamental, los sistemas de control y la desigual distribución de ingresos y oportunidades, si bien lo que podría resultar extraordinariamente grave es su conversión en un modo de vivir, en un ser y deber ser del conjunto de la sociedad, en sus costumbres y valores, en un problema de cultura.
¿Cómo fue posible que la corrupción llegará a limites inimaginables, donde prácticamente se hablaba de un estado corrupto ó nación corrupta?, ¿ a que se debían las motivaciones de los funcionarios, para hacerse ricos por cualquier medio?, ¿Cómo explicarlo?, funcionarios con sueldos onerosos, vidas bastante cómodas, prestaciones, ayudas, todo. Entonces, sería inevitable pensar en la vigencia de una cultura de la corrupción.
Por otro lado, en todo momento, la concentración de riqueza ha estado asociada de manera sobresaliente al ejercicio indebido de la función pública, cuyas expresiones en el lenguaje coloquial, están referidas al “no pido que me dejen robar, sino que me pongan donde hay”, o “la ley de Herodes” o “hay que aprovechar ahora que hay”, “todos lo hacen”, “el que no tranza no avanza”, o bien los cálculos de la rentabilidad política, entro siendo pobre y salió rico.
La corrupción es producto de una debilidad institucional y no necesariamente una cuestión vinculada a lo cultural. El problema de corrupción de México no se deriva de la falta de un marco jurídico adecuado, sino de aplicar verdaderamente el marco jurídico.
Sin duda, es imperativo erradicar por los medios necesarios la impunidad, pero también el impulso a la prevención asociada con la revisión y corrección de las formas como se integran y funcionan las administraciones públicas, para cancelar los amplios márgenes que permiten decidir discrecionalmente el uso de los recursos que pertenecen a todos.
Junto a todo ello, habrá que hacer prevalecer la cultura de lo honesto como forma de vivir y otorgarle significado a la existencia individual y colectiva. La corrupción no debe convertirse en condición para el desarrollo y el bienestar, como lo estamos padeciendo en últimos días los mexicanos a la falta de combustible. La corrupción debe combatirse y lo haremos de forma organizada y decidida conjuntamente el gobierno y la sociedad, sin embargo no debe ser pretexto para poner en riesgo el bienestar de la sociedad misma, ni mucho menos las formas de abatirlo. Estamos seguros que el país debe transformarse y la primera transformación empezara con cada persona misma, según las posibilidades. Las sociedades deshonestas pueden existir, son posibles, pero no se puede vivir y hacer como que todo esta bien.