Rubí de María Gómez Campos
A principios de este año recibimos la noticia de que el máximo honor de dirigir la vida universitaria recaía en una mujer. Por segunda vez en la historia de nuestra máxima casa de estudios una mujer sería Rectora. La sorpresa fue que algunas universitarias manifestaron su desacuerdo y convocaron a la realización de una marcha de protesta contra la esperada designación.
A diferencia de años anteriores, en los que los mismos integrantes de la Comisión de Rectoría decidían quien dirigiría los destinos de la Universidad, en esta ocasión las universitarias inconformes pretendieron mostrar su indignación ante lo que consideraban inadmisible: la supuesta postura ideológica de la Rectora sobre los derechos de las mujeres. Como si los Rectores anteriores hubieran sido “los feministas del año”, o al menos hubieran mostrado algún mínimo interés en la dignidad humana de las mujeres.
Existe en México la turbia costumbre de descalificar a las oponentes políticas mediante supuestas “razones” que simplemente ocultan la misoginia que les subyace (como las descalificaciones a Claudia Scheinbaum). Pero también existen denuncias de supuesta misoginia ante cuestionamientos políticos a mujeres, que sí son legítimos (como las críticas a Sandra Cuevas). La confusión entre cuestionamientos fundados entre mujeres (que debe ser la norma de una interacción social sana) y la misoginia disfrazada de democracia (que se utiliza recurrentemente contra las mujeres) mantienen el espacio universitario en el mismo nivel de confusión (entre dogmatismo y machismo) que existía en la Universidad Michoacana en 1939.
Durante el tiempo en que María Zambrano (1904-1991) estuvo en nuestra Universidad, en una carta a Alfonso Reyes, la filósofa española refiere
un libelo titulado “Coqueteando con el materialismo”,firmado por un profesor nicolaíta, cuya mira era dejar claro a la filósofa veleña la orientación dogmática del Colegio, antagónica desde luego a la que ella exponía en sus clases. La destinataria no logró desentrañar la postura teórica de aquel adversario y optó por el silencio (Silvia Hernández, “María Zambrano en Morelia”, La Jornada Semanal, 12-12-2004).
La misma actitud ha mantenido nuestra Rectora ante las diatribas de sus opositoras. Aunque, más que silencio, Yarabí Ávila ha mostrado su capacidad de trabajo, convocando a todas las universitarias que se ocupan de temas de justicia social y derechos humanos para las mujeres, a construir juntas un nuevo modelo de Universidad comprometido con la democracia, el equilibrio y la justicia entre todos sus integrantes.
El contexto universitario de hace más de ocho décadas queda registrado por la escritora Silvia Hernández, quien nos dice sobre la estancia de Zambrano en Morelia:
La nueva catedrática llamó la atención, antes que nada, por ser española. Arenas evoca aquel encuentro: “Era una señora con porte, seria, no muy bella, pero sí de buena figura, con ese tipo de las españolas que no se sabe por qué, pero hace fácil distinguirlas. Tenía bonitas piernas y tal vez por comodidad o alguna otra razón no usaba medias, y no se me olvida una conversación que me tocó oír: uno de mi edad preguntó a los superiores con los que iba: ‘Oye tú, ¿y María Zambrano?’, a lo que el interpelado respondió: ‘pues no sé… no le entiendo muy bien; ¡pero vieras qué piernas!’ Y como a varios fue eso lo que más me atrajo y, pues, yo de curioso me llegué a colar a sus clases, como muchos otros… de lo demás no me acuerdo, no le entendíamos (Ib.).
En contraste con ese tipo de cuestionables opiniones resalta la generosa mención de la Universidad Michoacana que María Zambrano hizo en su discurso de recepción del Premio Cervantes, en 1988:
Allí me encontré yo, precisamente a la misma hora que Madrid, ‘mi Madrid’, caía bajo los gritos bárbaros de la victoria. Fui sustraída entonces a la violencia al hallarme en otro recinto de nuestra lengua, el Colegio de San Nicolás de Hidalgo, rodeada de jóvenes y pacientes alumnos. Y, ajena desde siempre a los discursos, ¿sobre qué pude hablarles aquel día a mis alumnos de Morelia? Sin duda alguna, acerca del nacimiento de la idea de la libertad en Grecia.
La altura moral de la filósofa frente a la grosera opinión de los universitarios michoacanos da idea del ánimo que la Contadora Yarabí Ávila tendrá que enfrentar durante su rectorado. Sobre todo después de las arbitrariedades consumadas en los últimos años.
Pero, del mismo modo que la filósofa malagueña, nuestra Rectora ha respondió con trabajo y compromiso de honestidad y transparencia ante las inquietudes de sus opositoras. Y su actitud es muestra de que comprende el valor social, político y ético de la sororidad (hermandad o fraternidad entre mujeres). Una de sus primeras acciones fue invitar a quienes realizan actividades académicas en relación con temas de derechos humanos y en vínculo político y social con la igualdad entre hombres y mujeres, para escuchar de primera mano planteamientos para enfrentar la violencia contra las mujeres en el espacio universitario.
La rectora sabe que la propia riqueza de la actividad académica universitaria es la pauta para una proyección de los avances sociales que nuestro entorno requiere. En la medida en que no carece de experiencia en el propio ámbito académico, sabe lo que nuestra universidad produce cotidianamente: conocimientos útiles para la mejora social y un compromiso de reciprocidad hacia una ciudadanía que contribuye al despliegue del conocimiento universitario.
Por tanto, si algo habrá que cuestionar de la designación presente es el hecho mismo de que sean los valores de una sociedad patriarcal —representada en un grupo de “notables” cuyo único mérito es, a veces, haber sido nombrados por ese mismo grupo que hoy decide— los que sigan imponiendo el rumbo a la universidad. Una de las principales tareas que deberá realizar la nueva Rectora es la definición de un procedimiento democrático para las subsecuentes designaciones. Un método de elección para la Rectoría y para todas las direcciones de escuelas, facultades e institutos que garantice la participación paritaria de la comunidad universitaria y estimule la vigencia de los principios académicos en todos los procesos y actividades universitarias.
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Y si el interés político feminista de las universitarias es auténtico, es el momento de mostrar lo que significa la sororidad, no necesariamente como amistad ni mucho menos como complicidad, sino como un pleno respeto a la dignidad humana de todas las personas y especialmente de quienes se tienen que esforzar el doble para ser reconocidas en su capacidad humana y profesional: las mujeres; en este caso específico, la Rectora de la Universidad. Nuestro deber como universitarias, seamos o no feministas e independientemente de las posiciones políticas e ideológicas que tengamos, es comprender que sólo el respeto a la dignidad humana de nosotras y de las otras nos permitirá seguir abriendo camino. Nuevos y verdaderos retos nos esperan, pues el machismo en la universidad está vigente, como lo estaba desde los pocos meses que estuvo con nosotros María Zambrano, reconocida hoy como una de las grandes pensadoras del siglo XX.
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