Francisco Lemus | Twitter: @PacoJLemus
Muy cerca de cumplir cinco siglos de ser ciudad, Morelia tiene ante sí el reto de corregir los vicios de la urbanización acelerada y anárquica que ha traído como consecuencias marginación, embotellamientos, contaminación, falta de agua, delincuencia y violencia, entre otros problemas.
Entre 1980 y 2010 la población de Morelia se duplicó, al pasar de 353 mil a 729 mil habitantes, en 2015 se rebasaron los 780 mil y es probable que para este año ya supere los 800 mil habitantes, eso sin considerar a quienes habitan en Tarímbaro, que si bien es otro municipio, su dinámica está estrechamente vinculada a la capital.
Esto implicó hacer cambios de uso de suelo, pero ello no ha sido estrictamente guiado por las necesidades de la población, por el contrario, lo que se ha privilegiado son los intereses de los desarrolladores, los humedales que solían abundar en la ciudad se han ido convirtiendo en fraccionamientos con riesgo latente de inundación.
Villas del Pedregal es uno de esos fraccionamientos que se asentaron sobre humedales que solían recargar a la Mintzita, hoy de esos humedales sólo quedan charcos alrededor del fraccionamiento, en los cuales se refugian unas pocas aves durante la época de lluvias, pronto hasta esos charcos desaparecerán devorados por la ambición de los desarrolladores inmobiliarios.
Esa zona ya vive la escasez de agua constante, en los próximos años esta situación se irá agravando y no será particular de los habitantes de la salida a Quiroga, toda la ciudad sufrirá las consecuencias de cubrir de asfalto las zonas de recarga de agua.
En su búsqueda de espacios alejados del vulgo, ahora un grupo de gente privilegiada intenta apropiarse de una zona boscosa al sur del municipio en lo que se conoce como Pico Azul. En el norte de la ciudad, desde hace más de 10 años se pavimentaron los humedales de la zona de Torreón Nuevo, y a ello hay que sumarle la expansión del aguacate dentro del municipio.
Todas estas acciones tendrán consecuencias muy costosas para Morelia y sus habitantes, obviamente primero las pagarán los más necesitados, pero poco a poco irán alcanzando al resto de la sociedad. A estas alturas ya deberíamos saber que un ambiente de miseria generalizada no puede traer nada bueno para la sociedad en su conjunto.
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Las siguientes dos décadas serán fundamentales para intentar mitigar las consecuencias de más de tres décadas de malas decisiones, corrupción y especulación, pero ese cambio de rumbo sólo puede venir de la voluntad férrea de hacer las cosas diferente y sobre todo dejar de beneficiar a minorías en detrimento del grueso de la ciudadanía.
Un cambio así de radical sería desequilibrador obviamente, pero tarde o temprano la evolución de estos problemas socioambientales provocarán un estadillo que estará lejos de ser parsimonioso y equilibrado, por lo que desde hoy debería actuar para evitar que ese panorama catastrófico llegue a cumplirse.
Vivimos en un paradigma de falsa abundancia y una inconsciencia que raya en lo criminal, los ejemplos como lo que hoy viven los regiomontanos nos parecen tan ajenos que es ridículo, cuando ya en Morelia se vive una crisis por el agua.
La apuesta por la acción colectiva, la organización y la autogestión se vuelven fundamentales para corregir los problemas que enfrentamos, pero estas herramientas le son incómodas a los gobiernos, sean del color que sean, y prefieren apostar por los paliativos: un nuevo pozo aquí, una reforestación espuria allá.
Ojalá no lleguemos al aniversario número 500 solamente reportando la tragedia de lo que pudo haberse evitado.