Ciudad de México.- Nada nuevo en el horizonte del gobierno de López Obrador, aún en plena crisis de sanidad por la pandemia del coronavirus, con la peor crisis económica de los últimos ochenta años y con la más severa crisis de inseguridad en los primeros dos años de un gobierno, no hay nada para alentar el optimismo perdido, lo único que abunda en este gobierno son palabras, lugares comunes, simplificaciones conceptuales y generalizaciones artificiales. La realidad les alcanzó y pronto serán una anécdota.
Se le acabó la energía transformadora a este gobierno; en el primer tercio de su administración se le acabó el gas. Si del anterior gobierno nos quejábamos porque había durado tres años, éste duro dos. La pandemia del coronavirus lo aniquiló, sus castillos de arena se esfumaron y no saben como reinventarse. La foto del fin de semana que circuló en redes es su epílogo, López Obrador adentro de una camioneta mirando condescendiente la exigencia de una realidad que le pide cuentas y él solamente se niega a reconocerla; lo que era su fuerte hoy es su losa, su calvario, su monserga. Cree que su sana distancia lo protege, cuando en realidad lo desvanece, lo desaparece.
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Prisionero de sus dichos, de sus construcciones imaginarias, al gobierno de López Obrador le cuesta oxigenar a su maltrecho cuerpo de gobierno y se resiste a la ventilación externa, prefiere morir en sus alegorías que sentir que traiciona sus conceptos que le dieron identidad. Se aferra a un pasado idílico y a la compasión de un pueblo que idílicamente venera pero que sabe no le ha sido funcional.
Hoy incluso, es incapaz de generar empatía con el dolor de miles de personas que han sufrido la muerte de alguien cercano o de los miles que están contagiados y a vera de que no sucumban en el combate al Covid. Tampoco son empáticos con aquellos que han perdido su empleo y que se encuentran en la incertidumbre de un futuro próximo.
Poco a poco y sin darse cuenta, este gobierno sigue alimentando su propia desilusión, justifican su incapacidad porque llegaron a recibir un desastre, cuando utilizaban precisamente ese desastre para construirse como una opción de gobierno. Utilizan su autoridad moral para generar credibilidad, pero son omisos para hablar de la purificación de sus propios acompañantes, son justicieros para los otros pero indulgentes para los suyos. Son cínicos y eso los hace peores.
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Lo que era antes un informe presidencial, y que posteriormente pretendía ser un ejercicio de rendición de cuentas, hasta eso ha devaluado hoy este gobierno. Es un ejercicio insulso, falso y frívolo soliloquio; ni siquiera en eso tienen una lectura de los tiempos que habitan. Terminan siendo una caricatura trágica de aquello que pretendían erradicar.
En fin, hay poco nuevo que decir de este gobierno y de sus informes trimestrales, semestrales o anuales, ni siquiera ya sabemos la cronología de los mismos, lo único importante, tal vez sea pensar que algo bueno tiene que salir de todo esto. A lo mejor es un acto de fe, pero en estos tiempos lo prefiero, eso me redime de sentirme desilusionado o decepcionado.