Nueva York.- Gertrude Mokotoff y Alvin Mann se conocieron hace ocho años en un gimnasio de Middletown, Nueva York, donde todavía van a hacer ejercicio dos veces a la semana.
“Un amigo mutuo me dijo: ‘Quiero que conozcas a una jovencita muy agradable’”, Mann recuerda tras cortar madera una mañana reciente en su casa en la cima de una montaña en la ciudad cercana de Cuddebackville.
En su primera cita, él la llevó a un restaurante en Middletown llamado Something Sweet (Algo Dulce). “Fue todo un caballero”, dijo ella. Él agregó: “Ella tenía algo que hizo que yo quisiera seguir hablando”.
En un instante, ellos comenzaron su romance, hablaron de sus sueños, sus metas y sobre tener una vida juntos.
Mann, un estadounidense que había viajado por el mundo cuando era un joven marino mercante, regresó de los convulsionados mares y encontró suficiente paz y tranquilidad en Cuddebackville para enfocarse en obtener un título universitario.
“Me molestan por ser novio de una mujer mayor que yo”, dijo Mann mientras se reía. “Pero la diferencia de edades nunca me importó porque acabábamos de encontrarnos y no estaba dispuesto a dejarla ir”.
Conforme pasaban los meses, él se volvía más cercano a ella. En junio, después de uno de sus numerosos viajes nocturnos a casa desde la Ópera Metropolitana de Nueva York, ella decidió no respetar la tradición.
“Le pedí que se casara conmigo”, dijo ella con una risa traviesa. “Estaba cansada de estarlo esperando”.
Él aceptó y contrajeron matrimonio el 5 de agosto en el ayuntamiento de Middletown, donde se dijeron sus votos ante el alcalde Joseph DeStefano y cincuenta familiares y amigos cercanos.
Cuando el guitarrista comenzó a interpretar “Somewhere Over the Rainbow”, Mokotoff salió de una sala contigua sosteniendo un pequeño ramo de rosas blancas y comenzó a caminar lentamente hacia su futuro marido. Salieron lágrimas de los ojos de Mann.
Todos en el antiguo tribunal sonreían, especialmente el Tiempo.
“Es como un regalo de cumpleaños anticipado”, dijo Mokotoff antes de tomar las manos de Mann.
Ella espera con emoción el 20 de agosto, cuando los recién casados tendrán que trabajar en equipo para apagar las velas del pastel de cumpleaños de Mokotoff —serán 99 velas—.
“Tengo 99 años, o 98, es solo un número”, dijo Mokotoff. “Pero hoy todavía tengo 98, así que no aceleremos las cosas”.
Mann, quien tiene 94 años y obtuvo un título universitario en Historia el año pasado de Mount St. Mary College, está de acuerdo en que cuando se trata de estar viejo y sentirse viejo, la edad no siempre significa lo mismo.
“La edad no significa nada para mí o para Gert”, dijo el novio. “No vemos a la edad como una barrera. Todavía hacemos lo que queremos con nuestras vidas”.
Mucho tiempo antes de que fueran presentados en el gimnasio, las vidas de Mokotoff, exalcaldesa de Middletown, y Mann, un empresario retirado, estaban completas.
Ambos son viudos. En total, los recién casados tienen siete hijos, doce nietos y siete bisnietos.
“La gente siempre nos pregunta qué nos mantiene jóvenes”, dijo Mann. “Por supuesto, una parte es la ciencia médica, pero lo más importante es que vivimos la vida sin preocuparnos; no dejamos que nos molesten en lo más mínimo aquellas cosas que no podemos controlar”.
Mokotoff nació en Brooklyn en 1918 y posee una maestría en Biología de la Universidad de Columbia. En 1941, se casó con un cardiólogo. Durante tres décadas, ejerció como profesora de Biología. A los 60 años, en vez de retirarse, decidió probar suerte en la política. Obtuvo varios cargos y a los 71 años se convirtió en la primera mujer en ser electa a la alcaldía de Middletown. Estuvo casada durante 61 años hasta la muerte de su esposo en 2002.
“Mi madre siempre ha sido una mujer muy audaz”, dijo la hija mayor de la novia y su dama de honor, Susan Mokotoff, de 71 años.
Mann nació en Manchester, Nueva Hampshire, el 24 de mayo de 1923. Cuando tenía 19 años, en 1943, participó en la Segunda Guerra Mundial. Fue ingeniero a bordo de buques de carga, de combate y de transporte de tropas. “Fue una época de mucho miedo”, dijo. “Había otras naves que nos hundían. Yo fui uno de los afortunados que puedo regresar a casa”.
Mann se casó en dos ocasiones.
El año pasado, Mann se convirtió en la persona de mayor edad en graduarse de Mount St.Mary College. La institución también le confirió un doctorado honorario en mayo pasado. A los 93 años, manejó 129 kilómetros dos veces a la semana durante dos años y medio para acreditar los 30 créditos necesarios para obtener el título para el cual comenzó a estudiar cuando tenía alrededor de 70 años.
“Estudiamos muchos acontecimientos históricos como la Segunda Guerra Mundial y las guerras en Vietnam y Corea, pero son hechos que viví en carne propia”, dijo Mann. “Por eso saqué las mejores calificaciones en la mayoría de mis exámenes”, agregó.
Keith Schuler, el vecino de Mann durante los últimos 20 años, lo describe como “una inspiración y un increíble ser humano”.
“Este hombre tiene 94 años, y lo veo afuera talando árboles, arrastrando leños con su camioneta y cortando el pasto”, dijo Schuler. “Luego lo veo con Gert corriendo por todos lados como dos adolescentes enamorados, tomados de la mano, besándose y viajando en auto a la ciudad de Nueva York durante los fines de semana. Si no lo viera con mis propios ojos, no lo creería”.
Schuler estuvo en la ceremonia, la cual describió como un “acontecimiento que ocurre una vez en la vida”. Fue uno de los asistentes cuyas edades iban desde los siete meses —uno de los bisnietos— hasta los 98 años de Mokotoff (no pudo acompañarlos el hermano mayor de la novia, quien tiene 103 años).
Durante la ceremonia, el novio compartió con los invitados varias anécdotas sobre su nueva esposa, incluida la primera vez que durmieron juntos.
“Pasamos todo el día juntos y, por la noche, arreglé una habitación para ella y yo planeaba dormir en la habitación contigua”, dijo Mann. “Ella se mete a la cama, yo digo ‘Buenas noches’ y caminaba hacia la puerta cuando ella dijo: “¿Adónde vas?”.
Tras intercambiar sus votos y los anillos de matrimonio, los invitados aplaudieron, les desearon lo mejor y los abrazaron. Varios invitados lloraron.
Después de la ceremonia, Mann salió por la puerta trasera y, reapareció poco después a bordo de su auto rojo. Mientras los invitados comenzaban a retirarse, el pisó el acelerador y los rebasó. De la defensa trasera colgaban latas de refresco y traía pegado un letrero que decía “Recién casados”. Le dio una vuelta a la cuadra antes de volver por su esposa.
Los novios y sus invitados se dirigieron a un restaurante cercano para el festejo.
Antes del banquete, Mokotoff se sentó en una silla y se levantó el vestido de novia hasta un poco más arriba de la rodilla para mostrar la liga.
“Muy bonito”, dijo el novio, mientras sus mejillas se sonrojaban hasta que fueron del mismo tono de su auto.
A Mann le preguntaron cómo cambiaría su vida ahora que otra vez es un hombre casado.
“Nada va a cambiar”, dijo Mann mientras tomaba la mano de su esposa. “Hemos hecho tantas cosas juntos y, aceptémoslo, ambos sabemos que ninguno de nosotros encontrará a otra pareja”, dijo con una sonrisa pícara. “Desde ahora somos solo nosotros dos, juntos, hasta el último día de nuestras vidas”.