Cada diciembre es lo mismo con nuestro Congreso: faltó tiempo para llegar a los consensos o lo tuvimos que aprobar de rápido (fast track). Este 2017 no podía ser la excepción. Nos va a llegar Navidad y no se tiene para cuando nombren al Fiscal General de la República, al Auditor Superior de la Federación, a los Magistrados del Tribunal Federal de Justicia Administrativa y a los Titulares de los Órganos Internos de Control de los Organismos Públicos Autónomos de la Comisión Federal de Competencia Económica (COFECE), el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFETEL) y el Instituto Nacional de Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI). Y sí se me escapa alguno de los nombramientos relevantes que hacen falta, será porque entre tanto tema, ya no sabe uno sí reír de desesperación o llorar de tristeza.
¿Es que nuestros legisladores son incapaces de ponerse de acuerdo para llegar a consensos que permitan darle solidez y certeza a nuestras instituciones? Al parecer pesan más los tiempos del presupuesto (la repartición de la gran bolsa), los tiempos electorales (en donde los amigos ya no son tan amigos y los cercanos son más bien distantes) y los cálculos matemáticos de la repartición de cuotas y el descarte o apalancamiento de cuates. Vaya que un contexto de este tipo parece un escenario de suma cero, en donde nadie gana, pero sí hay un gran perdedor que es el pueblo en general. ¿Y por qué pierde el pueblo en general? Sencillamente porque cada día el pueblo menos cree en sus políticos, en sus partidos políticos y lo realmente crítico en las instituciones democráticas para dirimir las controversias, ponernos de acuerdo o respetar las leyes.
Esta decepción colectiva por la política y sus actores se traduce en un descontento y hartazgo social por la forma de hacer la política a la mexicana. Todo de último momento y sin más prioridad que el beneficio de quién sabe quién. Ahí está el más claro ejemplo con la aprobación de la Ley de Seguridad Interior que les valió un soberano cacahuate y no se abrió al debate público, a los foros ciudadanos y acabo aprobándose en lo oscurito del fin de semana pasada. Y vaya que hay muchas voces en descontento que vienen de las Universidades, Organismos Internacionales y Organizaciones de la llamada Sociedad Civil. Este es un claro ejemplo de que la dinámica parlamentaria de nuestro país no atiende a su fuente básica de soberanía: el pueblo.
Ante este contexto de parálisis legislativa o de pretexto constante de cierres prematuros de la agenda legislativa, estamos frente a una situación cada vez mayor de descontento y hartazgo para con nuestros representantes. Nuestra democracia representativa es cada vez menos representativa. Mi pregunta es sí con esta dinámica que se repite año tras año, no le estaremos dando los argumentos a los anarquistas de que todo ciudadano tiene el derecho a rebelarse ante un mal gobierno, siguiendo el argumento de Jean Bodin. Por más esperanza al dialogo y a la mesura, cuando el H. (de honorable) Congreso de la Unión no está a la altura de las expectativas de la ciudadanía, se me muy difícil el camino a seguir para predicar por un Estado de Derecho y el fortalecimiento de nuestras instituciones democráticas.
La ciudadanía, el pueblo mexicano, merecemos mejores representantes. Tenemos diputados y senadores que ni se ponen de acuerdo, ni sacan los nombramientos que deben. Es una triste realidad que ni Fiscal General, ni Auditor Superior. Nuestro legislativo federal no se salva a una seria crítica en la materia. Al parecer la crisis de representatividad se ahonda en estos días decembrinos de 2017 y marca un panorama complejo antes los próximos comicios electorales de 2018. Los partidos políticos se traducen en meros instrumentos, maquinarias electorales, que distan mucho de ser las instituciones que una democracia sólida necesita. De ahí que la ciudadanía no crea ni tenga confianza en ellos ni en las candidaturas que avalan, por ello la necesidad de apostarle a las alianzas, coaliciones o frentes que disipen la pureza de las ideologías apostando por el pragmatismo y oportunismo.
Y al final de todo, en un país de “no pasa nada”, nos quedamos con el argumento de que hay una parálisis legislativa o de que los tiempos del cierre legislativo no dieron para llegar a los consensos necesarios. En tanto, las oficinas de gobierno cierran, los trámites se suspenden, los centros comerciales se abarrotan y la oleada de spots del amigo Meade y de “ya sabes quién” nos inundan todos de este año que termina. Por lo que, entre los deseos para el próximo año está el de esperar las propuestas y los proyectos de gobierno para hacer un examen de conciencia de lo que se nos viene y depara con una u otra opción.
Ernesto Navarro.
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