Hoy te voy a hablar de una poeta, una chica llamada Nadia López García, de cabellos oscuros y sonrisa muy amplia
Nadia nació en Oaxaca, en una comunidad mixteca, pero cambió de casa muchas veces. Ella fue una niña migrante. Por el trabajo de sus padres tuvo que mudarse constantemente: “migrábamos mucho, casi cada ocho meses yo cambiaba de escuela o de lugar donde vivía”. Sus papás eran jornaleros, es decir, agricultores. Ella nos lo cuenta: “mis papás trabajaban en San Quintín, Baja California mucho tiempo, piscando tomate, fresa, pepino, mora y cherry”.
Aunque a Nadia le encanta escribir y compartir acerca de la lengua mixteca en talleres, cuando era niña no se imaginaba que se iba a dedicar a esto. “Yo tuve una infancia de niña migrante, por las mañanas iba a la escuela y por las tardes nos tocaba acompañar a nuestros papás a piscar(…) Así que nunca me imaginé que me iba a dedicar a trabajar con niños y a escribir, realmente fue más como una búsqueda y una necesidad”.
Para esta chica, la literatura fue un refugio, un lugar al cual acudir para no sentirse lejos. Después de todo, migrar no es algo sencillo, mucho menos para un niño: “Yo sufría mucha tristeza interna porque hacía amigos y ya nos cambiábamos, y llegaba a otro lugar y otra vez era presentarse”. Por eso, ella también escribió muchas cartas, pues muchas veces no alcanzaba a despedirse: “Cuando era niña hacía muchas cartas para amigos y amigas, que nunca enviaba, pero pues yo expresaba lo que sentía”.
A través de estas cartas sin respuesta, Nadia también descubrió el poder de la escritura para calmar su mente y su corazón: “me di cuenta que la escritura también era una posibilidad de sanar. Sanar esas infancias que se rompen. A veces, era como reconstruirla.”
Pero también, la escritura se volvió una forma de volver visible su lengua mixteca, en un país donde con una variedad de 68 lenguas indígenas, resalta siempre el español. Por eso, es importante revindicar a las lenguas indígenas desde la literatura: “escribir desde mi lengua también era una forma, incluso de resistencia (…) porque por mucho tiempo se prohibió hablar y escribir y pensar en nuestras lenguas”.
Muchas lenguas indígenas están en peligro de extinción. Sí, así como pasa con los animales o las plantas cuando no los cuidamos. El aguacateco tiene apenas 17 hablantes, y, como nos dice Nadia “la mayoría ya es gente grande”. Esto es muy desafortunado porque “cuando se acaba una lengua, se acaba esa forma de ver el mundo.”
¿Cómo podemos evitar que no muera una lengua? Simple, hablándola, conociéndola y compartiendo. Esta es parte de la labor de Nadia: “Quizás en estos talleres de 40 minutos, los chicos no van a aprender una lengua, pero les va a quedar en la consciencia que en México, aparte del español, existen un montón de lenguas que se hablan”. Así como evitar la discriminación y abrir la mente a otras realidades.
Esta es la loable tarea de esta poeta, tanto en sus talleres como en sus textos, hacer que quienes participan: “cuando escuchen en la calle a alguien que habla distinto, en una lengua indígena, en vez de mirarlo mal, quieran conocerle, y le pregunten con interés, ¿oye, qué hablas?”
¿Alguna vez has escuchado alguna palabra en esta mixteco? En el taller, Nadia nos compartió que gato se dice vilu, perro se dice tina’a, ve’e es casa y savi significa lluvia. Los niños crearon una historieta con estas palabras, ¿te atreves a armar la tuya?
Por: Itzel Chávez Si quieres leer más notas como ésta, entra a la sección en Contramuro o a nuestra página web.