A 31 años levantamiento zapatista; la ley revolucionaria de mujeres
Carla Arce Ramos, Filósofa / Foto: Cortesía

Las mujeres zapatistas han demostrado de manera contundente que la mejor forma de interpelar a otras mujeres y a la sociedad en general es a través de su propia participación activa y comprometida. Por esta razón, llevan a cabo manifestaciones, encuentros y diversas acciones diarias que les permiten cuidarse entre ellas y defenderse de las adversidades que enfrentan. A lo largo de los años, se han convertido en un referente no solo para las feministas en México, sino también para aquellas que luchan por la igualdad y la justicia en diferentes partes del mundo.

Desde hace más de tres décadas, estas mujeres ya tenían muy clara la necesidad de luchar por la equidad, entendiendo que esto implica tener los mismos derechos que los hombres en todos los aspectos de la vida. Con un ánimo revolucionario y una determinación inquebrantable, defendieron su causa. Su primera contienda se remonta a 1992, cuando se vieron en la necesidad de exigir el derecho a tener sus propias demandas y necesidades, ya que las búsquedas generales del zapatismo no abarcaban todas sus inquietudes, especialmente porque los hombres, en su mayoría, no paren ni cuidan a los hijos. En este sentido, ellas exigían una igualdad de participación en las fuerzas armadas revolucionarias, buscando ser reconocidas como actores fundamentales en la lucha.

El primer reto que enfrentaron fue salir de sus comunidades para realizar una consulta, un proceso que resultó crucial. A partir de esta consulta, figuras emblemáticas como Ramona, Susana, Esther y Ana María, entre otras zapatistas, lograron en 1993 configurar los 10 puntos de la Ley Revolucionaria de Mujeres. Esta ley comienza indicando que: “las mujeres, sin importar su raza, credo, color o filiación política, tienen derecho a participar en la lucha revolucionaria en el lugar y grado que su voluntad y capacidad determinen”. La ley defiende el derecho de todas las mujeres a trabajar y recibir un salario justo, a decidir el número de hijos que desean tener y cuidar, así como a participar activamente en los asuntos de la comunidad y ocupar cargos de dirección dentro del movimiento.

Por otro lado, la ley también establece que las mujeres y sus hijos tienen derecho a recibir atención primaria en salud y alimentación, y defiende el acceso a la educación. Este último aspecto se cumple cuando ellas aprenden a leer, escribir y hablar español, y practican estas habilidades al participar en asambleas y ejercer cargos rotativos dentro de sus comunidades. Este proceso educativo es fundamental para su empoderamiento y autonomía.

Asimismo, la ley garantiza que las mujeres tienen el derecho a elegir a su pareja y a no ser obligadas a contraer matrimonio. Ninguna mujer puede ser maltratada físicamente, y tanto la violación como su intento son severamente castigados. Con estas medidas, junto a la prohibición del consumo de alcohol en las comunidades autónomas, las zapatistas aseguran que nadie las mata, nadie las viola y nadie las maltrata, creando un entorno más seguro y justo para ellas y sus familias.

Las zapatistas se dirigen a las mujeres de todo el mundo, convirtiéndose en un referente sobre cómo organizarse y un recordatorio de que no se puede despatriarcalizar sin descolonizar. Utilizan una frase de gran significado: ‘como mujeres que somos’, enfatizando que, aunque somos distintas, compartimos un lugar común en la lucha por nuestros derechos. Esto se refleja en la forma organizativa del Congreso Nacional Indígena, que desde 2017 comenzó a albergar asambleas exclusivamente de mujeres, donde se teorizan sobre su lugar en el proceso de reproducción y se repiensan las políticas que deben centrarse en la vida.

En ese mismo año, 2017, se produjo un hecho de gran relevancia tanto para las comunidades y pueblos indígenas como para el país entero. El Congreso Nacional Indígena (CNI) y el EZLN nombraron a María de Jesús Patricio Martínez, conocida como Marichuy, como vocera del Consejo Indígena de Gobierno (CIG) para las elecciones presidenciales. Marichuy representaba a un movimiento y no era una candidata con una estructura partidaria convencional y todo lo que ello implica. La elección de una mujer como vocera nos muestra que la participación femenina es anterior al levantamiento del EZLN, lo que nos lleva a la necesidad de leer directamente a las zapatistas para comprender mejor las implicaciones de este hecho.

En marzo de 2018, las zapatistas organizaron el Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan, en el Caracol de Morelia, un evento que reunió a miles de participantes de diversas partes del mundo. En este encuentro, se propuso que las mujeres se organicen como luchadoras, pues la categoría de feministas (o no) queda en segundo plano cuando se tiene claro contra quién o qué se lucha. Este primer encuentro no solo les permitió escuchar a otras mujeres, sino que también fortaleció los vínculos existentes. La alianza que se venía gestando, por ejemplo, con las kurdas, así como con el feminismo en México, tuvo un gran momento en este diálogo.

Estos lazos han planteado una transformación social centrada en la liberación de las mujeres. Esta propuesta, más que ceñirse a la forma liberal, democrática, burguesa e individual que propone el mercado y el capitalismo, enarbola la liberación de una estructura que controla los cuerpos de las mujeres de la misma manera que controla los cuerpos de quienes no encajan en el modelo hegemónico, como los indígenas y los afrodescendientes. Cuando la revolución se centra en la liberación de las mujeres, en realidad se está hablando de la liberación de esa estructura social que reproduce el dominio del capital asociado al poder del patriarcado, la racialización de los cuerpos y una impronta colonialista.

Las mujeres zapatistas nos han enseñado cómo combatir los sistemas de opresión, cómo emprender una lucha que sea no solo antipatriarcal, sino también antirracista y anticapitalista, porque no se puede hacer una sin las otras. Esta es una gran lección que, al menos yo, he aprendido de ellas.

Te puede interesar: Metamórficas Violeta / Del TikTok al consultorio: La salud mental en la era de las redes sociales

De las zapatistas podemos aprender dignidad, pues nos han mostrado un horizonte de emancipación más integral y humano, centrado en la reproducción de la vida. Nos proporcionan elementos para pensar que, efectivamente, otros mundos son posibles, mundos donde la equidad y la justicia sean la norma y no la excepción.