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Parecería cualquier domingo en La Habana. Hay que esperar por un lugar en cafés y restaurantes. Es día de caminar en las plazas.

Los turistas visitan la Plaza de la Revolución en taxis vintage. El malecón es un catálogo de rostros y de razas. Y como la novedad es que el gobierno puso Wifi en algunas esquinas, los que tienen para pagarlo se aglomeran para chatear y mandar correos.

Los locales hacen fila por un helado en Coppelia. Y siguiendo la recomendación de Hemingway, los extranjeros quieren su mojito en La Bodeguita y su daiquirí en La Floridita.

Pero hay una diferencia. No hay música. No hay salsa que brote de los balcones de las casas ni que salga de los bares de baile y bullicio.

La Habana está callada porque murió Fidel. Es como si a Cuba le hubieran bajado el volumen. Y Cuba sin volumen es otra Cuba.

“Con profundo dolor comparezco para informar a nuestro pueblo, a los amigos de América y el mundo que hoy falleció el comandante en Jefe de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz. ¡Hasta la victoria, siempre!”, dijo Raúl Castro, presidente de Cuba.

Nueve días de luto nacional. Fidel Castro Ruz, el hombre que esculpió esta isla en la que mandó sin contrapesos durante medio siglo, ha sido cremado.

Sus cenizas estarán lunes y martes en la Plaza de la Revolución de La Habana, a la vera del monumento a José Martí. Entre miércoles y sábado recorrerán las mismas ciudades por las que avanzó Fidel hasta conquistar la capital en la revolución de 1959. Y el domingo serán enterradas en Santiago de Cuba.

Pero el país no está en shock. La noticia no lo toma por sorpresa. No hay gritos de llanto en las calles ni tampoco se desató la fiesta de que “ahora sí ahí viene la Cuba libre”.

Es más bien el duelo callado de quienes sabían que esto iba a pasar, pero que no es hasta que sucede que lo sienten.

Por eso hay congoja y dolor entre los fidelistas que son eso, fidelistas antes que socialistas. Pesadumbre en ellos. Respeto y distancia de sus opositores frente al féretro del adversario. Silencio, pero no caos ni turbulencia.

Porque Fidel renunció al poder hace 5 años. Porque su hermano, quien lo sucedió en el cargo, ya anunció que se va en el 2018. Porque si bien en lo político luce inflexible, el régimen ha dado algunos pasos hacia la apertura económica, a la inversión extranjera, a la pequeña propiedad privada.

Porque con el histórico enemigo yanqui ya hay relaciones diplomáticas. Porque el embargo comercial se ha suavizado. Porque la Unión Soviética ya no existe y a Venezuela se le terminó el dinero del petróleo.

Porque la mesa de los aliados se está quedando vacía. Porque ya murió Hugo Chávez, porque Maduro está en crisis, porque ya se fueron los Kirchner en Argentina, porque ya no están Lula ni Dilma en Brasil, porque está por terminar Correa en Ecuador.

Porque ya se va Obama pero no llegó Hillary. Porque el futuro inmediato de Cuba parece más atado a la llegada de Trump que a la partida del Comandante. Murió Fidel, sí, pero muchos factores le han restado presión a su esquela.

No era el presidente pero se mantenía como el líder moral de una revolución inacabada. Estaba vivo, pero ya era de bronce.

No pudo o no quiso bloquear que la isla navegara las primeras millas de la apertura, pero retenía, como ancla ideológica que seguramente frenaba el barco.

Murió Fidel. Y millones de cubanos en Cuba se rinden ante su legado.

Alfredo García dijo, “para mí fue mi segundo padre”. 

Juan Carlos Pérez expresó, “gracias a la Revolución soy quien soy”. 

José González afirmó, “antes se hacía antes de Cristo, después de Cristo y nosotros podemos decir: la era de Fidel”. 

Felicia Rodríguez agregó, “pero bueno, él está donde está, está aquí”. 

Pero también millones que huyeron de él se desquitan en Florida.

El juicio de la Historia ha de ser alguna ola que crece y sucumbe entre La Habana y Miami.

¿Sonarán más los que lo lloran o los que festejan su muerte?

¿Pesarán más los jóvenes a quienes inspiró para pelear por la libertad o los jóvenes a quienes se la negó por años?

¿Se le recordará por sus discursos de horas o por quienes denuncian que nunca los dejó hablar?

¿Por defender con honor inempatable la soberanía de su patria frente a Estados Unidos o por entregarle tanto a la Unión Soviética primero y a Venezuela después?

¿Por enseñar a todos sus niños a leer o por no dejarles leer todo lo que querían?

¿Por brindar para su pueblo los mejores servicios de salud o por enfermarse de poder?

¿Por no saber crear riqueza o por lograr contener la pobreza?

¿Por quitarle a los pocos que tenían todo o por dejar a todos con poco?

¿Por escabullirse de más de 600 planes que querían matarlo o por haber sido efectivo en silenciar a quienes quisieron marcarle un alto?

¿Por no permitir que el imperialismo pusiera un pie dentro o por obstaculizar que sus ciudadanos pusieran un pie fuera?

¿Por llegar al poder en una épica de la Historia o por resistirse tanto a dejarlo?

¿Habrán llorado más por su represión o habrá más lágrimas por su partida?