Los micromachismos todavía están a la orden del día, pero ya no pasan desapercibidos. Ahora, muchas personas los reconocemos en comentarios como el de un expresidente que afirmó “no soy la señora de la casa”, para justificar que ignoraba el precio del kilo de tortillas; o en los discursos del presidente en turno, que atribuye ciertos valores a las mujeres, sólo por su visión tradicional de las familias mexicanas y los roles de género históricamente impuestos: “son más honestas y trabajadoras que los hombres”.
Aunque el prefijo “micro-”, significa “muy pequeño”, las consecuencias de estas afirmaciones, que parecen casi inofensivas e indetectables -de ahí su nombre-, son sumamente peligrosas, al grado de volverse letales.
¿Estás de acuerdo con quienes dicen que una mujer debe darse a desear, o que usar faldas cortas y escotes pronunciados provoca que los hombres le falten al respeto? Si tu respuesta es afirmativa, estás justificando la violencia género… y así es como funcionan los micromachismos.
¿Qué son?
Expresiones y conductas ordinarias que las personas manifiestan y practican en la vida cotidiana, confiriendo dominio a lo masculino sobre lo femenino; sean conscientes o no, intencionales o involuntarias, discretas o evidentes, atentan contra la autonomía, las libertades y oportunidades de las mujeres.
Estos comportamientos de poder, manipulación y control, pretenden justificar la imposición encubierta de intereses, deseos, ideas, ambiciones y falsa superioridad de los varones, vulnerando los derechos humanos del sexo opuesto, porque incurren en actos graduales de discriminación, injusticia, maltrato y abuso.
Son estereotipos nocivos, normalizados y perpetuados a través de las generaciones, que frustran las relaciones sociales igualitarias: al ser la base y punto de partida de todas las manifestaciones de violencia de género, pueden agravarse hasta derivar en hechos de agresión física e, incluso, asesinatos por machismo o misoginia -feminicidios-.
¿Cómo erradicarlos?
Es necesario que, tanto hombres como mujeres, asumamos una postura autocrítica, mediante ejercicios de introspección, ya que su reconocimiento en la propia conducta es el primer paso para desactivarlos y eliminar sus efectos sobre el prójimo.
Debemos practicar, con responsabilidad, el cambio personal hacia la igualdad, evitando invalidar, restar importancia o tildar de exageradas las denuncias e inconformidades relativas a los micromachismos; una opción viable, es recibir orientación psicológica de profesionales de la salud mental.
Ejemplos muy comunes de micromachismos.
• En el trabajo.
Creer y divulgar que una mujer ocupa un cargo porque ha concedido favores sexuales a su empleador, y no debido a su perfil, capacidad y experiencia.
Resistirse o negarse a reconocer a una autoridad femenina, por considerar que las mujeres son inferiores en intelecto y habilidades.
Que la maternidad sea un factor clave para la contratación de una mujer, quien, en caso de obtener el empleo, no podrá ocupar un puesto directivo. Esto no sucede con la paternidad.
• En la familia:
Imponer a las mujeres tareas domésticas, por suponer que son obligaciones y roles “naturales” de servicio y subordinación, que no corresponden a los hombres.
Atribuir la crianza a la madre, sin admitir la obligación compartida del padre. Esto genera desigualdad en el desarrollo personal y profesional.
En ambas situaciones, si el varón realiza estas actividades -que también son su responsabilidad-, suele ser tildado de “extraordinario” y “especial”, en términos positivos.
• En la pareja:
Que la sociabilización de la mujer esté supeditada al “permiso” del hombre. En casos extremos, incluso le prohíbe tener un teléfono celular, por temor a que le sea infiel, cuando él sí tiene uno.
Impedir que la mujer trabaje, para que el hombre mantenga su posición de “proveedor” del hogar, y así, conserve el control de las decisiones que involucran y competen a las dos personas.
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• En la sociedad:
Achacar el mal humor o desanimo de una mujer a su menstruación y/o una vida sexual insatisfactoria, cuando los estados anímicos son inherentes a la humanidad, sin distinción de sexo.
Calificar a las mujeres de “locas”, cuando manifiestan sus sentimientos, necesidades e inconformidades, y exigen respeto a sus derechos.
Decir frases como “no seas nena” o “peleas como nenita”, refiriendo que es malo ser niña, y que las menores son débiles e inferiores.