Morelia, Michoacán.- Aunque la conversación pública se ha centrado en señalar la tosca redacción del comunicado del Gobierno de México al Parlamento Europeo que, como la mayor parte de los discursos del presidente, proviene de la víscera y vuelve a su siempre egocéntrica postura, no debemos distraernos del meollo del asunto: otra vez, Andrés Manuel es abiertamente omiso en su obligación presidencial de garantizar la seguridad de su pueblo y, en particular, de la prensa, que encuentra en el país mexicano el territorio más inseguro para ejercer su profesión.
Mientras, el orgulloso segmento seguidor de López Obrador arguye que lo hace en defensa de la soberanía nacional ante la intervención extranjera, en tanto se resiste valientemente a rendirse y mostrarse sumiso frente a una institución de moral cuestionable e intenciones perversas. Sin embargo, a este sector específico de la población, parece no interesarle en absoluto el problema medular: la indefensión de las y los periodistas. Inclusive, a quienes lo son.
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Pero, ¿por qué habría de importarles su protección? Si el propio presidente se dedica a exponer al escarnio a representantes de los medios que no comulgan con sus muy particulares ideas y propósitos -que disfraza de interés colectivo-, incluso, violentando la confidencialidad de datos personales y arriesgando, sin reservas, la integridad de quienes cuestionan su proceder como mandatario, consciente del poder de sus palabras sobre quienes rayan en el fanatismo o buscan una justificación para silenciar lo que se opone a su conveniencia.
Es un hecho que, en poco más de tres años, el periodo de Andrés Manuel López Obrador al frente de la Presidencia, es ya el más letal y violento de la historia para la prensa mexicana. Y su respuesta, descompuesta y carente de diplomacia, demuestra, una vez más, que el gobierno en turno es una de las principales causas, al permanecer en la negación.
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No está defendiendo a nuestra nación de la intervención europea. Nuevamente, se trata de sí mismo, y del ya acostumbrado culto a la personalidad que promueve con recursos públicos y empleando el arte de la distracción, que le suele resultar bien, sobre todo con quienes lo siguen a pesar de todo.
La libertad de expresión en México, sigue costando vidas. Y Andrés Manuel López Obrador se posiciona como el principal promotor.