El COVID-19 es el mayor imprevisto de la época contemporánea. Ha frustrado planes y certezas de millones de habitantes en todo el mundo. Porque lo que creímos seguro y estable, en realidad no lo es.
Altamente contagioso, no distingue clases sociales, preferencias políticas, creencias religiosas o tendencia alguna de pensamiento, aunque haya quienes afirman, de manera absurda, que es un virus que ataca a gente rica y acomodada, porque fue importado al país por personas que viajaron a otras naciones.
Un claro ejemplo de ello es el gobernador morenista de Puebla, Miguel Barbosa Huerta, que no es pobre ni inmune -como aseguró el pasado 25 de marzo- pero sí irresponsable en sus declaraciones y proceder.
Así, a la mala y sin prepararnos, descubrimos que la certidumbre es una ilusión.
A mí no me va a pasar
En Michoacán, pese a la constante difusión de recomendaciones por el gobierno estatal, un sector amplio de la población todavía no acata la indicación de resguardarse, si puede hacerlo y no tiene necesidad de salir a trabajar.
En gran medida, porque no ha encontrado en el presidente de la República, el liderazgo y ejemplo para acatar las indicaciones que diariamente emiten integrantes de su propio gabinete.
Suele suceder que, en la individualidad, pensamos “a mí no me va a pasar”. Sin reflexionar que cada individuo es propenso a sumar contagios de seres que ama, aprecia, conoce e, incluso, de quienes no tiene idea y, con ello, también resta vidas.
Como anillo al dedo
Entre las múltiples declaraciones que diariamente emite Andrés Manuel López Obrador, ha destacado sobre todas, la del 27 de marzo: “o sea que nos vino esto como anillo al dedo, para afianzar el propósito de la transformación”, en referencia a su muy anunciado propósito de acabar con la corrupción y que prevalezca la justicia.
El COVID-19 no es justo. Está dejando en la ruina a miles de micro, pequeñas y medianas empresas que no tienen la capacidad de soportar esta crisis, que él insiste en que será “transitoria”. Difícilmente se van a recuperar, porque los estragos se prolongarán más allá de la contingencia, no serán pasajeros.
Esto significa, además, despidos y cierres permanentes. Es una reacción en cadena.
No sé usted, señor mandatario, pero yo no veo cómo el país resultará fortalecido.
¿Como anillo al dedo, le caen 174 pérdidas humanas en México -al corte de esta edición, el 8 de abril-, o la desesperación del grueso de la gente que se queda sin opciones, que lo está perdiendo todo?
¿Quién podrá salvarnos?
El único salvador de México, puede ser el pueblo mexicano, unido hacia un mismo objetivo, con la plena conciencia de que hacemos lo humanamente posible para contribuir a mejorar la situación, que no escatimamos esfuerzos durante este episodio crítico.
Que recuperamos el sentido humano, el mismo que fuimos perdiendo en la inercia de lo cotidiano y rutinario, trascendiendo al egoísmo.
Hay que valorar lo que conservaremos y desprendernos de lo que no sirve más, evolucionando.
¿Superaremos esta situación, siendo mejores personas, o volveremos a lo mismo, como si nunca hubiera sucedido? ¿Todo este caos será en vano?
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