Cuando se habla de política se habla al mismo tiempo del plano del interés público, es decir, la forma en que se realiza el ejercicio del poder político repercutirá en el día a día de cada uno de los ciudadanos. Resulta entonces que es prácticamente imposible huir de los “efectos” de la política, independientemente del origen del ejercicio de este poder o de la supuesta “naturaleza ideológica” que rodee al mismo.
Al final lo que terminará impactando en la política será siempre el hecho en sí mismo, especialmente las acciones tomadas o no tomadas por las autoridades con ejercicio de poder. La ciudadanía mexicana debe concientizarse mejor sobre esta circunstancia, debido a que como se señaló nadie es inmune a los efectos de la política.
Pero sobre todo la clase política quién mayoritariamente es la que toma las decisiones trascendentales que afectan la esfera pública, es la que más consciencia debe tener respecto a esto. Si bien la política ha existido desde la propia organización de la sociedad antigua, debe reconocerse también que ha desarrollado distintas formas para el ejercicio del poder.
Aunque al final, no solo en el esquema democrático-republicano, sino prácticamente en cualquier modelo de gobierno, lo que buscan los ciudadanos son soluciones a los problemas cotidianos vinculados a la esfera pública. La clase política debe saber cómo llegar a esas soluciones idóneamente, respetando el estado de derecho y los Derechos Humanos; la historia demuestra que las propias sociedades son capaces de volcarse sobre estos principios idealistas con tal de obtener resultados efectivos frente a algún malestar público.
En la actualidad, son sobre todo los políticos tradicionales de los partidos liberales y socialdemócratas de occidente los que están recibiendo esta compleja lección.
Desde la caída del muro de Berlín en 1989 y el posterior colapso de la URSS en 1991, se consideró como modelo único el sistema democrático-capitalista-liberal impulsado sobre todo por EUA y el Reino Unido; no obstante, la crisis desatada en 2008 demostró que este modelo no era invulnerable.
Los efectos económicos de esta crisis aún siguen impactando a grandes capas de las sociedades de Occidente y por lo mismo, estos efectos económicos repercutieron y continúan repercutiendo en el campo de lo político. Hoy en día, muchos movimientos y partidos políticos tradicionales o del establishment que usualmente se posicionaron en favor de la integración económica internacional, así como de aquellos valores sociales promovidos por la globalización, están perdiendo terreno frente a partidos que cuestionan tanto el statu quo tradicional como los propios efectos económicos y sociales de la globalización.
Si bien es cierto, que no puede achacarse toda la responsabilidad del surgimiento de estos partidos y movimientos “escépticos de la globalización”, de los cuales algunos tienen ciertas tendencias xenófobas y discriminatorias, a los sistemas de partidos tradicionales de Occidente, empero debe de reconocerse que algunos de los gobiernos pro establishment si tuvieron un grado de responsabilidad en el aspecto de abonar el terreno socioeconómico para la llegada de estos nuevos partidos y movimientos.
Quizá dos ejemplos emblemáticos de ello son el expresidente de EUA, Barack Obama y el nuevo presidente de Francia, Emmanuel Macron. Aunque los dos personajes por contexto político tuvieron marcadas diferencias, tienen el patrón común de haberse colocado mediáticamente como una “alternativa nueva y juvenil” del propio sistema político de sus respectivos países pero que, en la práctica política han sido severamente cuestionados sobre su eficacia en la resolución de problemas de interés público. En el caso de Macron, no obstante que éste tan solo lleva unos cuantos meses en el cargo, ya se le están señalando algunas críticas sobre el manejo político en Francia, acusándolo sobre todo de mantener el mismo modelo que emplearon Sarkozy y Hollande en su momento. En el caso de Obama, se demuestra que su gobierno ignoró a ciertos segmentos de los sectores rurales y proletarios durante su gestión y al final éstos le cobraron la factura apoyando a Donald Trump en el proceso electoral de 2016.
Como los ejemplos anteriores, hay otras decenas más en la historia actual de Occidente, en la que gobiernos usualmente de tendencia liberal-socialdemócrata por tratar de mantener al frente su visión de integración global, dejaron de lado el factor de la eficacia en la toma de decisión de la esfera pública y sus respectivas sociedades les votaron en contra en algún momento.
Por ende, si las naciones de Occidente en un futuro próximo quieren evitar el surgimiento de más personajes como Marine Le Pen, Donald Trump, Nigel Farage, Rodrigo Duterte o Vladimir Putin, tendrán que dejar de lado su obstinación de mantener de manera ortodoxa la integración global, tanto económica y política, para primero atender las necesidades inmediatas de las grandes capas de la sociedad, especialmente a los sectores más desprotegidos, ya que es en éstos donde precisamente los movimientos “alternativos” al liberalismo occidental cobran más fuerza.