Venecia, Italia.- En los cuentos de hadas tradicionales, el monstruo suele estar condenado. Es el malo por excelencia, y ha de ser derrotado. Pero Guillermo del Toro nunca ha sido convencional.
Por eso ha filmado “una fábula extraña”, al revés. En La forma del agua, la chica no busca príncipes porque ya está enamorada del ser más inquietante. “Él me ve y no le doy pena por ser incompleta”, asegura en el filme.
El idilio entre una limpiadora muda y la criatura acuática encerrada en las instalaciones secretas donde ella friega los suelos cada día hechizó al festival de Venecia desde el principio hasta el final: se estrenó entre aplausos el segundo día. Y ha obtenido el León de Oro en la gala que ha cerrado hoy La Mostra. La película se verá a partir del 26 de enero en las salas españolas; antes, el 5 de octubre, inaugurará el festival de Sitges.
“Quería que fuera una oda al amor, la fuerza más poderosa, y al cine”, explicaba Del Toro en un encuentro con un grupo de periodistas. Tras años y filmes irregulares, el mexicano llegaba al certamen con una etiqueta que podía ser un peso.
“Es su mejor trabajo desde El laberinto del fauno”, avisó el director del festival, Alberto Barbera. Pero ni siquiera la expectación lastró la carrera de La forma del agua.
Del Toro, al fin y al cabo, se mostraba de acuerdo con Barbera. “A veces los proyectos te dan satisfacción en cuanto los terminas, porque salen exactamente como los querías. Pueden coincidir o no con el público, pero ya han valido la pena”, contó.
El director estaba tan convencido que lo puso en marcha varios años antes, por su cuenta. Pagó hasta a escultores y dibujantes para que prepararan estatuas y diseños que lo ilustraran. Y entonces acudió a Fox para venderlo. La major le dijo que sí a todo, salvo al blanco y negro. Aun así, el mexicano mantuvo colores oscuros. Decidió, por ejemplo, que el rojo apenas apareciera.
Ambientado en plena Guerra Fría, el filme mezcla poética y reivindicación, según Del Toro: “Siempre he creído que la fantasía es un género político. Muchos tenemos ideas fijadas y el cuento de hadas es un antídoto. Quería que la película fuera emociones e imágenes, más que palabras”.
A los mensajes en la pantalla, el cineasta sumó el suyo: “Como mexicano, sé qué significa ser visto como el otro. Es una película de 1962, pero de hoy. Hablar de ‘hacer América grande de nuevo’ es como regresar a esa época. Racismo, clasismo… Nos enfrentamos a los mismos problemas”.
El creador buscó una tercera vía para contar el amor entre Bella y Bestia. Ni el excesivo puritanismo, “y por supuesto sin sexo”, ni la caza de la perversión. Caminó por el sendero del medio, de la normalidad, si esa existe al hablar de monstruos.
En el fondo, para Del Toro son pan de cada día: su mente nunca deja de concebirlos, a la vez que la colección de rarezas y estatuas de criaturas fantásticas que guarda en su casa no para de engrosarse. Aun así, los monstruos tendrán que apretarse: hay que hacerle sitio al León de Oro.