Como fundador del Instituto de Investigaciones Filosóficas Luis Villoro de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo no puedo más que lamentar la situación actual de esta dependencia universitaria, totalmente apartada de sus propósitos originales, desvirtuada en sus alcances y funciones, y reducida a un mero instrumento para la obtención de prebendas de quienes hoy la tienen secuestrada.
Conocedor de la vida universitaria y del compromiso institucional que deben tener quienes la dirigen, entregué el 16 de mayo del año en curso, en mi calidad también de Profesor Emérito de la Universidad y de Investigador Nacional nivel 3 del Conahcyt, un oficio a la Dra. Yarabí Ávila, rectora de la Universidad, donde daba cuenta de la situación referida. Me citó amablemente para una audiencia el siguiente lunes. Luego, aduciendo ocupaciones, pospuso la cita y así hasta el día de hoy. Recientemente intenté comentar en algún medio local no solo esta situación sino dar cuenta de la aparición de dos libros míos (uno como autor: ‘El nihilismo mexicano. Una reflexión filosófica’, y otro como coordinador: ‘Ateísmo, religión y espiritualidad. Ideas de Dios en el pensamiento filosófico’) que han sido ignorados por mi propia dependencia. En el horizonte extravagante que nos circunda, el consabido control de los medios de difusión para evitar que se den a conocer acontecimientos “negativos”, hace suponer que mis actividades como filósofo y Profesor Emérito de la Universidad les resultan a las autoridades gubernamentales y de la propia Universidad tan peligrosas o más que las actividades criminales que sufrimos cotidianamente en el estado.
El Instituto de Investigaciones Filosóficas se creó en 2007 con la intención de abrir un espacio (el tercero en el país con ese carácter) para el desarrollo de la investigación filosófica rigurosa y para la extensión del valor del pensamiento filosófico al ámbito interdisciplinario de la academia universitaria. Dada la importancia que tuvo el apoyo del reconocido filósofo Luis Villoro Toranzo, Doctor Honoris Causa de la UMSNH, al proyecto del Instituto, al que donó generosamente su biblioteca personal, y considerando su amplio prestigio internacional por sus aportes a la filosofía mexicana y universal, se acordó que el nuevo organismo llevara su nombre. No era solamente un merecido homenaje al excelente pensador. Era sobre todo un símbolo de nuestro compromiso con el ideal de Villoro de una actividad filosófica capaz de responder a las exigencias universales de rigor y congruencia de esta disciplina y, a la vez, con la posibilidad de dar respuesta teóricamente fundada a las problemáticas sociales y a las demandas de justicia que surcan nuestro país en todos los ámbitos.
Estos significados y la herencia de Villoro en nuestra Universidad se han desdibujado por completo en la actualidad.
En 2008, con el apoyo del entonces gobernador Lázaro Cárdenas Batel, se concluyó el edificio que alberga el Instituto (con cuatro módulos, incluido el actual edificio de la Biblioteca de Filosofía, que es compartida con la Facultad de Filosofía Samuel Ramos). Desde entonces, además de iniciar el programa de Doctorado en filosofía, se llevaron a cabo eventos y publicaciones de gran nivel como el Coloquio internacional en el centenario de Maurice Merleau-Ponty, con la participación de estudiosos de distintos países; se sumaron más de 20 años de diplomados, conferencias y coloquios de teoría y filosofía feminista organizados por el CIEM (Centro interdisciplinario de estudios de la mujer), el Coloquio nacional sobre la obra de Luis Villoro en 2013, el XVII Congreso internacional de la Asociación Filosófica de México en 2014, en el que participaron destacadas figuras de la filosofía mundial como Markus Gabriel, Maurizio Ferraris, Jean-Luc Nancy, Enrique Dussel, entre otros. Se coeditaron en esa época libros de importancia fundamental en la editorial Anthropos de Barcelona, como ‘El feminismo es un humanismo’ de Rubí de María Gómez Campos, el libro colectivo bajo mi coordinación: ‘Merleau-Ponty viviente’, y obras de filósofos de gran reconocimiento como Bernhard Waldenfels, María Zambrano, Mauro Carbone y Graham Harman. También se publicaron en la editorial Siglo XXI libros colectivos que han tenido gran acogida como ‘Luis Villoro: pensamiento y vida’, y ‘El nuevo realismo. La filosofía del siglo XXI’. Además de otros títulos sobre estudios de la mujer, Zubiri, etc.
Aunque la decadencia del Instituto empezó en 2017, es a partir de 2021 que el organismo comenzó a desfigurarse totalmente bajo la dirección de Carlos González di Pierro, cuyo perfil académico (además de ser hermano del director anterior) es de licenciado en derecho y doctor en enseñanza de idiomas, y con la participación en cuestiones institucionales importantes de otro profesor proveniente de la Escuela de Letras. Sin ser filósofo ni tener interés por la filosofía, el profesor González fue designado director en un oscuro proceso llevado a cabo por la anterior administración universitaria en tiempos de la pandemia.
Actualmente el Instituto hace agua por todos lados. De forma por demás injusta y arbitraria, después de sufrir acoso laboral y haberlo denunciado, fueron transferidas tres secretarias que habían acompañado al Instituto desde su inicio, aduciendo la autoridad razones absurdas, como la de supuestamente estar influenciadas por mí, a pesar de que hacía varios años que ni siquiera hablaba con ellas. La paranoia del director lo ha llevado a descargar responsabilidades institucionales en manos de una secretaria administrativa ambiciosa y desubicada que se comporta como si ella fuera la directora.
En los últimos tiempos se han organizado en el Instituto eventos sin mayor trascendencia y de pretendido relumbrón. Preocupados únicamente por las ventajas personales, los tres profesores que actualmente controlan el Instituto llevan varios años rotándose para ocupar puestos y comisiones que les garantizan beneficios económicos. De igual manera como se organizan actividades insustanciales, como el “Coloquio de filosofía de lo cotidiano”, en el programa de doctorado se aprueba cualquier tema de investigación, aunque no tenga ninguna relación con la filosofía; de modo que el grado de doctor que hoy se otorga puede constituir en algún caso una forma de fraude académico. La filosofía, que se planteaba normativamente como el eje rector de toda investigación realizada en el Instituto, es puesta en segundo plano o totalmente eliminada. La mayor parte del tiempo el edificio del Instituto está vacío, como vacío de ideas y valores están los personajes que lo controlan.
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Los anteriores argumentos pueden parecer irrelevantes para una autoridad universitaria preocupada más por la política que por la vida académica y por el sentido profundo del quehacer universitario. La Casa de Hidalgo no se merece la normalización de la mediocridad y el debilitamiento de su tradición cultural e histórica. Nuestra Universidad no puede dar la espalda a los altos valores académicos ni a los compromisos históricos con la sociedad mexicana que la han definido desde siempre.
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