Me tardé bastante, dentro de mi historia, en entender que había nacido marcada. Marcada por haber nacido mujer. Fue un proceso largo, como lo es para todas. En mi caso, tuve una madre que siempre remarcó mi poder como mujer, así que tardé más en darme cuenta que allá afuera, la realidad era muy diferente. Y fui una de las privilegiadas.
Tardamos tanto en darnos cuenta de lo que significa ser mujer en un mundo que nos oprime, que nos violenta, que nos calla. Y cuando por fin lo entendemos, cuando por fin decidimos gritar, es cuando nos enfrentamos al sistema que se encarga de callarnos. Nos lavan la cabeza, nos dicen que está todo bien, que la lucha ha avanzado, que ya no hay tanta opresión, que ya tenemos a una mujer Presidenta y hasta le dicen con A y toda la cosa. Y todo eso lo hacen con dulces palabras y con promesas vacías. Nos subestiman. Nos creen cómodas, inofensivas. Nos ponen sonrisas y colores, nos envuelven en discursos de igualdad mientras nos siguen golpeando en silencio.
Este 8M, sentí algo extraño. Algo que me hizo dudar de todo lo que había creído sobre el poder de nuestro grito. Este año, fue como si nos hubieran silenciado, como si ya no fuéramos una amenaza. Ni siquiera pusieron a las Ateneas a la vista, lo que antes era un recordatorio constante de que estábamos desafiando el sistema. Pero detrás de las vallas, en las calles aledañas, cuidando edificios, ahí estaban, como siempre, vigilantes, pero invisibles. No hubo un despliegue masivo de fuerzas, como en otros años, y eso, a mi juicio, solo puede significar una cosa: que ya no nos tienen miedo. Nos han domesticado.
Y lo peor, lo más peligroso de todo esto, es que nos han domesticado no solo a nosotras, sino al propio movimiento. Nos han metido en una burbuja controlada, una burbuja donde las voces de resistencia suenan más bajas, más complacientes. Y todo esto, todo este silencio, tiene nombre: Claudia Sheinbaum.
Claudia Sheinbaum, la misma que se presenta como feminista pero actúa como si no tuviera idea de lo que realmente significa serlo. Ella ha logrado algo que muchos pensaron que era imposible: ha logrado acallar al feminismo de la CDMX. Y lo peor es que, como una estratega, ahora está lista para hacer lo mismo a nivel nacional. Pero no nos confundamos, no es feminista. No es una feminista la que se sube al poder solo para legitimar las estructuras que nos oprimen. No es feminista quien se vende como protectora de los derechos de las mujeres, pero a la vez cierra los ojos ante la violencia estructural y económica que afecta a las más vulnerables.
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Emma Goldman, que luchó toda su vida por una revolución sin concesiones lo dijo sin filtro: “La revolución no será financiada”. Y hoy, el 8M, mientras las calles se vacían de protestas, el dinero y el poder han comprado nuestro silencio, o al menos lo han intentado. Nos han dado migajas, discursos y promesas, pero detrás de todo eso sigue estando el mismo sistema que nos oprime, que nos violenta y que nos mata. Nos intentan hacer creer que el feminismo es un comodín que se usa para ganar votos, para conquistar más poder, pero no, no es así. El verdadero feminismo, el que desafía el poder, no se adapta, no se somete. Y el feminismo de Sheinbaum no tiene nada de eso.
Este 8M, mientras todo parece más tranquilo, más “pacífico”, más “civilizado”, me convenzo de que en esta revolución yo no voy a bailar, pues no es más que una mascarada vacía, porque ésta… ésta no es NUESTRA revolución. De ellOs, si a caso, de los que marchan usurpando nuestro lugar. No de nosotras. Este 8M, el verdadero feminismo no es el que se acomoda al sistema, no es el que se pliega al poder. Este 8M es para las que siguen luchando en las calles, en los barrios, en las zonas marginadas de la periferia, en las cárceles, en los hospitales, en las casas. Este 8M es para las que no tienen voz, pero que resisten en su rabia, en su dolor y en su fuerza.
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No nos han vencido, nos han subestimado. Y nosotras, con la furia de todas las mujeres que nos precedieron, seguimos. Porque este movimiento no se mata con flores ni con sonrisas. Se mata con silencio. Y el silencio, hoy, es nuestro peor enemigo. Pero no lo permitiremos. Porque seguimos luchando, seguimos gritando, seguimos revolucionando. Y si nos subestiman ahora, que se preparen. Lo peor está por venir.
Porque, como dijo Goldman, citándola una vez más porque la he estado releyendo: “La libertad no es un lujo, es una necesidad”. Y nosotras, lo exigimos.
No pasarán. No nos van a silenciar. Algunas moriremos gritando.
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