En sus primeros discursos —en el Hotel Hilton y aún en el Zócalo—, Andrés Manuel López Obrador se mostró moderado, conciliador, generoso.
Envió señales de calma a los mercados y de esperanza a los más vulnerables.
Buscó exorcizar los fantasmas de la venezuelización. “No aspiro a construir una dictadura, abierta, ni encubierta”, dijo.
Y serenar a los integrantes de lo que, ya como virtual presidente electo, dejó de llamar “la mafia en el poder”.
Aplaudió, incluso, la neutralidad mostrada por el presidente Peña durante todo el proceso electoral.
Ambos se verán hoy en Palacio Nacional a las 11 de la mañana en el inicio de un largo proceso de transición (cinco meses) que se anuncia “desorganizado y volátil”, según consultores internacionales sobre riesgos políticos.
- Pero más allá de la fiesta cívica en la que se convirtió la mayor elección que hemos tenido en México, a los expertos no se les escapa el hecho de que Andrés Manuel López Obrador carece de un plan claro, creíble, sobre cómo
va a financiar el país-paraíso que nos prometió en campaña.
Tampoco tiene proyecto viable para controlar la violencia que, como bien dijo el analista Carlos Elizondo Mayer-Serra, es el problema número uno del país.
López Obrador ya anunció que su primera acción de gobierno será duplicar las pensiones a los adultos mayores y que estas pensiones las recibirán también los jubilados del IMSS y del ISSSTE, así como todos los discapacitados pobres.
Eso y la intención de otorgar un ingreso a los ninis, una beca a los universitarios sin recursos, duplicar el salario mínimo en la frontera, entre otras cosas, “probablemente lleve a un deterioro de las cuentas fiscales”, advierten consultores del Grupo Eurasia.
Y es que no se necesita ser experto en economía para concluir lo complicado que resulta equilibrar los planes de gasto del candidato triunfador, con sus intenciones de financiarlos a través de medidas de austeridad y vía el combate a la corrupción.
La aplastante victoria de López Obrador le permitirá empujar desde el inicio de su gestión los compromisos de campaña.
Sus mensajes de que habrá disciplina financiera y se respetará la autonomía del Banco de México no eliminaron los temores de que haya una política económica más intervencionista, especialmente en los sectores energético y financiero.
El Tratado de Libre Comercio permanecerá en el “limbo”, con avances limitados en las negociaciones hasta el próximo año. “Las pláticas podrán continuar, pero López Obrador querrá traer nuevos temas a la negociación”, adelantan en Eurasia.
Al final, un acuerdo dependerá de Estados Unidos y no se espera ninguna flexibilidad por parte de la administración de Trump, dicen.
“Los inversores deben prepararse para lidiar con un país donde las decisiones de política estarán más politizadas y las soluciones de mercado menos atractivas para la nueva administración, lo que implica un mayor riesgo político”, puntualizan.
Están convencidos de que el gobierno de AMLO operará de una manera diferente y que la toma de decisiones se centralizará en sus propias manos. Los asesores y ministros serán menos relevantes. “Identificar el círculo interno de López Obrador será clave en los próximos meses”, subrayan.
Andrés Manuel ya nos dio nombres clave de su equipo de transición. Tatiana Clouthier y Olga Sánchez Cordero; en asuntos internos; Carlos Urzúa y Alfonso Romo; economía; Héctor Vasconcelos y Marcelo Ebrard, política exterior; y César Yáñez, comunicación social.
No sabemos quiénes integrarán el equipo de transición en materia de seguridad pública, así como tampoco el de comunicaciones.
- Me encontraba el pasado domingo afuera de la macrosala de prensa que se instaló en el INE en compañía de Julio Castillo López, hijo de Carlos Castillo Peraza, cuando
José Antonio Meade reconoció que las tendencias en la elección no le favorecían.
No habían pasado ni 10 minutos desde el cierre de casillas. Faltaban alrededor de cuatro horas para que el consejero presidente del Instituto, Lorenzo Córdova, diera públicamente los resultados del conteo rápido.
La conducta democrática de Meade llamó la atención de Julio, hoy colaborador del IMER. Soltó espontáneo un comentario hacia el derrotado candidato simpatizante del tricolor: “De todos los candidatos presidenciales del PRI que me ha tocado ver, éste es el que mejor me cae”.
El ejemplo de José Antonio fue seguido minutos después por Ricardo Anaya y luego por El Bronco.
Todo caminaba con asombrosa civilidad, a pesar del complejísimo ambiente que precedió a la jornada en las urnas. La alternancia hacia la izquierda caminaba sin sobresaltos.
Los demonios del conflicto electoral se habían exorcizados por el tamaño de paliza, pero también por las características personales de los candidatos perdedores.
El advenimiento en México de la cultura de la derrota dejó al tigre en su jaula y el demonio en el infierno.
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