Ni Ricardo Anaya ni Andrés Manuel López Obrador le entraron al reto que lanzó ayer en Twitter José Antonio Meade: un debate público sobre la información inmobiliaria y patrimonial de los candidatos presidenciales “para que se sepa quién es quién”. Sería un ejercicio estupendo saber de viva voz ¿Cuánto tienen? ¿Cómo viven? ¿Cómo construyeron su patrimonio? ¿Son ambiciosos? ¿Millonarios? ¿Herederos? ¿Son políticos pobres o pobres políticos?
En un país tan golpeado por la corrupción es lo mínimo que los candidatos presidenciales deben hacer de cara a la nación. Más tarde, en gira por Sonora, Meade precisó:
“Hay que ver a la sociedad a los ojos y decirles somos honestos… hemos vivido ordenadamente, nunca por encima del ingreso.
“Estoy tranquilo. No tengo esqueletos en el clóset. Quien no lo puede hacer es quien le saca al debate”.
La única que aceptó el reto fue la abanderada independiente Margarita Zavala, a la que el candidato simpatizante del PRI ni siquiera tomó en cuenta en su mañanero mensaje. La respuesta de la otrora primera dama lo obligó a reparar su omisión.
“En honor a la verdad, jamás he dudado de que tú y tu familia viven de acuerdo con su ingreso bien habido. Lamentablemente, no veo lo mismo en el caso de @lopezobrador_ y @RicardoAnayaC”, escribió Meade.
No se entiende que los dos abanderados que se presentan como paladines contra la corrupción eviten hablar de su patrimonio en público.
El argumento esgrimido por #RicardoElExcluyente para evadir el reto lanzado por Meade es un tanto ridículo. Le dijo a Ciro Gómez Leyva que él quiere debatir con López Obrador “y no con el que va en tercer lugar…”.
Con ese razonamiento, a lo mejor termina autoexcluyéndose en alguno de los tres debates del INE.
Ya ve que no se le puede despegar en las encuestas al candidato presidencial que arrastra la marca más desprestigiada en materia de corrupción: el PRI.
Algunos, como El Financiero, hasta en tercero lo ponen.
Anaya debate a conveniencia. Está visto que el tema de los dineros no le conviene. Es su talón de Aquiles. No ha sabido explicar las operaciones comerciales que realizó con el amparado empresario Manuel Barreiro y el jugoso negocio que cerró con él.
Lo digo sin el ánimo de ofender a quienes creen que Ricardo representa el cambio hacia el futuro y a pesar de que se ha rodeado de gente muy respetable como Jorge Castañeda, Emilio Álvarez Icaza, Martha Tagle, Alfredo Figueroa y Denise Dresser.
¿No sería una gran oportunidad para Ricardo para dejar atrás las sospechas que pesan sobre él a raíz del escándalo de lavado de dinero que lo mantuvo a la defensiva durante la precampaña y la intercampaña? ¿No sería ocasión inmejorable para sustentar sus repetidas acusaciones de que Meade desvió 500 millones de pesos a su paso por Sedesol?
¿Por qué no quiere abordar el tema en un debate? ¿Será que aun siendo un buen polemista le saca al bulto?
De Andrés Manuel no me extraña. No le interesa debatir. Él ya está convencido, quizá muy anticipadamente, que le van a entregar la banda presidencial “aunque sea con los dientes apretados”.
Ayer declaró: “De una vez les digo que no voy a caer en ninguna provocación. No me voy a enganchar en ningún debate. No me voy a enojar. Mis asesores de los pueblos me recomiendan que ya no me enoje, que ya no conteste a ninguna provocación…”.
Andrés Manuel, es cierto, no es un hombre que ambicione riquezas ni lujos ni vivir en mansiones de ensueño. Difícilmente le encontrarán algo por allí. Si lo tuvieran, ya lo habrían sacado. Su meta va más allá de la fortuna personal. Él quiere redimir a México, sacar a “la mafia del poder”, eliminar la corrupción, que es una verdadera mentada de madre a los mexicanos, acabar con la desigualdad.
Nobles sus objetivos: quiere financiar a los ninis, becar 300 mil universitarios, erradicar la pobreza, ampliar la pensión universal, ayudar a las madres solteras.
Pero también revertir el Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México, revisar las inversiones en materia energética.
Dice que para financiar el desarrollo es suficiente acabar con la corrupción y los gastos suntuarios en el gobierno.
¡Es su receta para el nuevo milagro mexicano!
Y todo, fíjese nomás, sin aumentar deuda y bajando impuestos. ¡Casi El Paraíso!, diría Luis Spota.
Faltan 88 días para las elecciones y Andrés es puntero indiscutible en todas las encuestas. Pareciera que la inconformidad se impone por fin al miedo que el tabasqueño provoca en los sectores de la sociedad que no le son favorables.
Bajo mis ojos tengo la encuesta de marzo de Parametría, que dirige mi tocayo Paco Abundis.
A la pregunta si la elección fuese hoy ¿por cuál candidato votaría? AMLO aparece con el 38% en la intención de voto; Ricardo Anaya con el 20%; José Antonio Meade con el 16%. La sorpresa la da Margarita Zavala, única independiente. Recoge 13% de las preferencias electorales.
La campaña apenas comienza. Muchas cosas pueden pasar. Me atrevo a pronosticar que esos números van a cambiar. Si el voto útil opera en la fase final, puede haber un vuelco importante que no pocos verían como el “fraude” que soltaría al tigre.