Morelia, Michoacán.- En el novedoso contexto de incremento en la participación de las mujeres en la vida social —incremento producido por mujeres que luchan por la igualdad de derechos desde hace varias décadas— comienzan a aparecer signos problemáticos de una realidad cada vez más compleja entre las mujeres. Sin haber logrado desarticular mínimamente el bien engrasado aparato de la opresión patriarcal, mujeres de horizontes tan diversos como la política, el empresariado y el arte se encuentran interactuando entre ellas, tan necesariamente como lo exigen las actividades que realizan en el ámbito público. Así observamos por ejemplo a comunicadoras e intelectuales como Sabina Berman y Denise Dresser, en un supuesto diálogo “crítico” semanal con la periodista Carmen Aristegui. Digo que supuestamente crítico porque desde el primer día quedó clara la alianza de mujeres que “se respetan”, aunque para asegurarlo Dresser tuvo que llamar a Berman “chaira” y “mal-cogida”, alimentando así la tonta y misógina idea expresada en una vieja obra de teatro de que “las mujeres podemos despedazarnos, pero jamás nos haremos daño”.
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La idea es tonta y misógina porque alimenta la legitimidad de una violencia entre mujeres, supuestamente benévola, pero que en realidad se trata de un maltrato inadmisible desde cualquier punto de vista, como sostiene la teoría feminista. Desde hace poco hemos visto también a partidos políticos que, una vez alcanzado el poder, distribuyen posiciones entre algunas mujeres, pretendiendo “promover la paridad” en un intento real de captar su voto. Las beneficiarias de esos gobiernos tienden a veces a agruparse, ya sea social o estratégicamente, para mantener y disfrutar sus privilegios y simultáneamente medir fuerzas o marcar jerarquías, lo que les sirve sobre todo para alimentar su ego y proyectar su poder como una sombra sobre las otras.
Recientemente en Michoacán las precandidatas a la gubernatura del poderoso partido en el poder se agruparon para defender la legitimidad de su aspiración y exigir que se cumpla el principio de paridad establecido constitucionalmente, proponiendo a una mujer para la candidatura. Ocho de las once aspirantes se comprometieron a apoyar a la que finalmente logre la ansiada candidatura, mostrando la viabilidad de su triunfo en la contienda. Lo que esta exigencia ha demostrado ya es la incongruencia de partidos políticos que se llenan la boca de un discurso igualitario mientras impiden, en la práctica, la igualdad de derechos tan utilizada retóricamente para obtener el poder. Resulta verdaderamente hipócrita enunciar recurrentemente un compromiso con la igualdad de derechos y simultáneamente escatimar las posiciones políticas que por justicia y por derecho corresponden a las mujeres. Una vez establecida y reconocida la obligación de paridad, si verdaderamente están de acuerdo con la igualdad entre hombres y mujeres, deberían ser los mismos candidatos los que ofrecieran su propia candidatura a sus esforzadas compañeras.
Por el contrario, vemos a algunos precandidatos reagruparse entre ellos, como varones, a veces inclusive de partidos distintos, sin que nadie cuestione el gesto sexista de tan sospechosa alianza. En lugar de efectuar el único gesto coherente con sus declaraciones, renunciar a su aspiración en favor de lograr la paridad, la mayoría de los precandidatos utilizan el conocido recurso de descalificar a las posibles candidatas asegurando que “no ganarían”. Recurso similar (si no idéntico) al sistema de permanencia en la ignorancia ofrecida por las televisoras, que justifican la ínfima calidad de su programación asegurando que al pueblo le gustan los programas basura.
En otro contexto, gracias a la crítica iniciada por una de las ganadoras del certamen “Mexicana Universal” (antes “Nuestra Belleza”) seguida de una multitud de voces inconformes de triunfadoras o no en dicho certamen, ha emergido a la luz la increíble similitud de los concursos de belleza con sectas de explotación sexual de mujeres. Las acusaciones de abuso a la ex reina de belleza, que hoy es directora de la empresa que organiza el concurso, van desde falta de apoyo y maltrato físico (como obligarles a comer tan frugalmente que llegan a bajar de peso de forma alarmante en unos cuantos días) a humillaciones e insultos, algunos de los cuales quedaron registrados en un video que la propia ex reina transmitió para defenderse de las acusaciones. En el debate público que sostienen las mujeres más bellas se trasluce un problema de fondo: Dinero. Se ha revelado que el título de la mujer mas bella se compra y que hay dinero público invertido para conseguirlo. La nueva representante mundial de la belleza mexicana ha confesado por ejemplo que el gobierno de Jalisco creó para ella, gracias a su relación de amistad con un funcionario, un fideicomiso que fue gastado en cirugías plásticas para hacerla más bella.
En fin, las relaciones que mantienen entre sí todas estas mujeres son tan complicadas que a lo largo de los años se han sabido “secretos” cada vez más graves, como las intervenciones quirúrgicas a las que se someten, la realización de actividades extenuantes y la exigencia de dietas tan extremas que llegan a enfermarlas, además de acusaciones entre las concursantes como la sospecha del robo de un costoso bolso de diseñador, durante una reunión cerrada reciente. El conflicto actual de varias ex-concursantes, a quienes une la aspiración a representar uno de los valores patriarcales más exaltados de la “feminidad”: la belleza, contra Lupita Jones ha dejado claro que la verdad detrás de los concursos de belleza es la explotación sexual de mujeres tan inocentemente identificadas con el rol de subordinación e inferioridad que esos concursos promueven, que se llaman a si mismas “niñas”, aun cuando son mujeres de veintitantos años.
Finalmente, los testimonios de las concursantes y de su directora están signados por la competencia, envidia, exigencias de sometimiento y lucha por el poder, fieles al argumento de la película Miss simpatía, en la que se narra la historia de una ex-reina a cargo del concurso, que paradójicamente pretende matar a la nueva representante de belleza debido a la envidia y el resentimiento. A pesar de la notable semejanza que la cinta referida tiene con las circunstancias y el drama actual de las reinas mexicanas, la inteligencia, la frialdad y la fuerza de voluntad de la poderosa directora y dueña del concurso se asemeja más al personaje extravagante, masculinizado e impasible de Miranda Priestly (representado por Meryl Streep) en otra película un poco más crítica de la subordinación de las mujeres: El diablo viste a la moda.
Existe desde hace varios años un índice “de género”, llamado Bechdel Test, que se aplica a las películas para saber que tan machista es el arte de la cinematografía. Son tres las características que tienen que cumplir las películas para ser consideradas libres de sexismo: 1) que tengan mujeres entre sus personajes principales, 2) que éstas hablen entre ellas y 3) que los temas de los que hablen sean otros que “de hombres”. Curiosamente las dos películas que referimos cumplen cabalmente con los tres criterios, sólo que los temas que abordan los diálogos de ambas películas no distan mucho de las asignaciones socialmente impuestas a las mujeres: la belleza y la moda. Habría que añadir al código mencionado, para que fuera efectivo, una cuarta exigencia para las películas, y para la vida real: que las protagonistas hablen de temas importantes para todas las mujeres, en tanto seres humanos dotados de derechos, y no sólo de los que responden a designios masculinos de la “feminidad”.
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Ser mujeres (aun las poderosas) en un mundo de hombres no deja lugar a una verdadera afirmación de las mujeres, quienes —a pesar de que algunas logren alcanzar la gloria, la fama y la fortuna— siguen sin afirmar una representación simbólica de sí mismas. ¿Llegará el día en que pasemos del diálogo sobre las mujeres y entre las mujeres a la posibilidad de ser más que un reflejo de mujeres en un mundo de hombres? Las mujeres políticas han comenzado a entrar en relación entre ellas, aun sin mucha conciencia de su condición sexual y por ende desconociendo los hilos de la opresión a las mujeres. Sólo una de ellas, Selene Vázquez Alatorre, se ha dedicado desde hace años a estudiar la opresión de las mujeres y a realizar aportes sustanciales para erradicarla.
El reto es formidable, evitar las trampas de una relación tan opresiva entre mujeres como la que fue descubierta recientemente bajo la denominación de NXIVM. Secta internacional de trafico sexual en la que el cuerpo de mujeres ricas, bellas e inteligentes fue dolorosamente marcado con un cauterizador. Torturadas entre ellas mismas supuestamente en busca de su propia “autonomía”, bajo el esquema de ser “amas” y “esclavas” unas de otras; no fueron victimizadas por un hombre, aunque sí se hicieron daño bajo sus órdenes y evidentemente (como lo muestran las siglas de la marca plasmada en su cuerpo) para la satisfacción de él.