Francisco Lemus | Twitter: @PacoJLemus
Decir que vivimos en la era de la razón es una de esas afirmaciones que no logran sostenerse a la luz de las evidencias, pero que suenan como un buen slogan. Aunque desde hace unos siglos, quienes ejercen el poder, lo hacen asegurando ser racionales, en algunos casos retuercen esa racionalidad hasta poder decir qué es razonable y qué no lo es.
Pero aunque el poder tenga la posibilidad de alterar lo racional, hay un límite. Hablar de cosas obvias como desafiar a la fuerza de gravedad no tendría mucho sentido, sin embargo hoy vemos cómo hay personas que defienden su derecho a creer en que la tierra es plana y de algún modo no sólo todo el mundo actual, sino también el del pasado ha acordado el engaño.
No es este el espacio para hablar sobre el camino que ha seguido la ciencia para plantear hipótesis y eventualmente demostrarlas, pero es disparatado cuestionar las bases de la ciencia moderna como obra de una conspiración gigantesca en la que prácticamente todos los científicos han decidido participar.
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En política, como en todo lo que tiene que ver con las actitudes y comportamientos de las personas es muy difícil generar conclusiones y leyes a la forma en que se hace en las ciencias, por ello es fácil que, más que mentir, se puedan decir verdades a medias.
De estos vacíos se vale la propaganda para aseverar cosas que parecen verdades irrefutables, cuando lo que hacen es tomar unas premisas que parecen lógicas, como sacar una conclusión de un caso particular y volverla general.
Es innegable que ese manejo tramposo de la información existe, y que la mayoría de los políticos echan mano de ello para lograr sus fines. Uno de los “genios” de la propaganda, Joseph Goebbels, no dudó en asegurar que una mentira dicha mil veces acaba por volverse verdad, y tener herramientas del poder para ello, ayuda a hacerlo más efectivo, pero no real.
Los políticos han “flexibilizado” la verdad, y lo hacen mejor cuando ejercen el poder, pero hay límites. Tal vez los extremos los hemos visto en las prácticas de Donald Trump, quien durante semanas aseguró ser víctima de un fraude electoral, sin poder dar pruebas de ello, para luego arengar a sus simpatizantes a tomar el capitolio el miércoles 6 de enero.
El 6 de enero por la mañana, Trump, acompañado por más políticos republicanos, sus hijos y su abogado, mantuvieron sus llamados a la rebelión de manera bastante explícita. Hoy sabemos que hubo una auténtica conspiración para facilitar la llegada de los simpatizantes de Trump al capitolio, y que el presidente siguió emocionado los avances de sus hordas.
Seguramente más de una amenaza a sus intereses económicos, hizo que Trump llamara a sus simpatizantes a la paz, diciéndoles que los amaba. Ahora que enfrenta un segundo juicio para ser destituido (impeachment), asegura que quienes asaltaron el capitolio no eran sus simpatizantes y mucho menos que él les haya arengado a tomar la sede del poder legislativo.
Estos discursos y mensajes están en video, es imposible negarlos, sin embargo, Donald Trump se atreve a hacerlo una vez más; pues no es la primera vez que miente y no enfrenta consecuencias por ello.
Como un niño con serios problemas de comportamiento, más cercano a un sociópata, el presidente de Estados Unidos todavía esta semana se atrevió a amenazar a sus opositores.
Todo ello da un panorama bastante demoledor de la política internacional, pues un personaje tan decadente logró colarse a uno de los puestos de más poder en el mundo. Y no por artimañas golpistas, porque el sistema electoral estadounidense no las hizo necesarias hace cuatro años.
Desde luego Trump deja muy malos precedentes para que nuevos protodictadores intenten echar mano de ellos. Así mismo deja en claro que la propaganda está lejos de ser algo del pasado y está más viva que nunca, y encuentra en los medios masivos de comunicación grandes altavoces para que sus mensajes lleguen a todo mundo.