Francisco Lemus | Twitter: @PacoJLemus
Los complots hacen muy buenas tramas para la ficción, desafortunadamente esas emociones quieren traspasarse a la vida real, concretamente a la política, generando diversas reacciones en el público, sobre todo provocando la sensación de que no tiene sentido actuar, pues hay grupos oscuros que toman todas las decisiones de nuestras vidas.
Gracias a las plataformas que nos venden entretenimiento y sin las cuales ya no podemos imaginar nuestra vida diaria, hoy podemos consumir versiones alteradas de la historia que romantizan y vuelven emocionantes situaciones que en la vida real carecen de esas características. Desde la vida de narcotraficantes, hasta las peripecias de algún político afamado.
Así como las denominadas biopics o películas que narran historias de celebridades, suelen estar matizadas por situaciones irreales o ficciosas, estas series hacen lo propio en aras de volver interesante y taquillera una situación que es aburrida en el mejor de los casos, un hecho criminal que provocó mucho sufrimiento en el peor.
En una de esas plataformas hoy es posible ver una serie basada en la vida de Fernando Gutiérrez Barrios, célebre policía devenido en político, que sin lugar a dudas puede ser un personaje enigmático, desde captor de Fidel Castro y el Ché Guevara en los días previos a la expedición del yate Granma, hasta secretario de gobernación de Carlos Salinas de Gortari.
En la serie se puede ver la influencia que este personaje tuvo en algunos de los más infames momentos de la historia mexicana, el 2 de octubre del 68 o la Guerra Sucia llevada a cabo por Echeverría.
Pero para hacer más interesante la serie hay que exagerar cuando no inventar hechos, crear personajes que representan a más de una persona, y además -ya que andamos en eso- darle una revisada a la historia. Hacer ver mejor a cierto personaje o peor a otro, todo de acuerdo con los intereses de quien, sin ocultarse en ninguna sombra, dirige o produce la serie.
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Entre muchos de los que hayan visto esta serie o la del Joaquín “el Chapo” Guzmán, les parecerá que la política mexicana en realidad se resuelve en los oscuros salones entre un diminuto grupo de personajes anónimos y perversos que mueven los hilos de una realidad que se nos escapa a la mayoría, a los mexicanos de a pie.
Complots y conspiraciones parecieran ser el verdadero motor de la historia, al que el grueso de la población no tenemos acceso, sólo nos resta ser mudos observadores y a veces víctimas de los acontecimientos.
Esta visión de la historia puede ser emocionante y generar muy buenos ratings, pero también invita a la pasividad. ¿Para qué intentar hacer algo por cambiar el mundo, si quienes lo dominan ni siquiera aparecen ante nuestros ojos?
Por eso tienen tanto éxito ese tipo de tramas y por eso se esmeran tanto por vendernos ese tipo de contenidos.
Desafortunadamente este tipo de estratagemas le sirven bastante bien al mainstream de la política, del color que sea. Basta ver cómo en días recientes la teoría del complot toma fuerza para explicar lo que sucede con problemas sociales, como la falta de transporte público de calidad.
Como público masificado es inevitable consumir este tipo de contenidos, pero sí tenemos la posibilidad de pensar de manera crítica el mundo, lo que está muy lejos de caer en posturas conspiranoicas, que no se sostienen ante la más básica prueba de lógica. Disfrutemos del entretenimiento, pero no creamos que esa es la realidad.
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