Francisco Lemus | Twitter: @PacoJLemus
En una situación de polarización tan fuerte como la existe actualmente en el panorama político es fácil caer en los fanatismos, ya que las incertidumbres del día a día nos llevan a buscar respuestas que nos otorguen paz y tranquilidad ante la imposibilidad de saber qué nos depara mañana.
Con una oposición que ridiculiza o sataniza todo lo que hace el gobierno actual, se requieren cuadros que estén dispuestos a entregarse devotamente a la causa del presidente y su partido, sin aceptar el más mínimo titubeo, pues este puede ser interpretado como debilidad y capitalizarse como una victoria de la oposición.
Es así que de un lado o del otro se requieren no sólo partisanos, se requieren fanáticos, que no den un paso atrás, que no estén dispuestos a tender la mano en aras de construir un proyecto de nación más o menos unitario y consensuado. Para unos, todo lo que el presidente hace está mal, para los otros todo es perfecto.
Y así los espacios de la opinión pública del mismo modo se polarizan, los “influencers” que tienen mayor éxito son aquellos que todo lo destrozan o todo lo defienden. Así funciona la propaganda, eso es comprensible, no puede haber concesiones. Pero la realidad es mucho más compleja que el blanco y negro.
Por otra parte, esa multitud de tonos que matizan la realidad hacen también más difícil su comprensión. Para quienes solo pueden ver incertidumbres en el futuro es reconfortante encontrar personajes que lo pongan todo en términos muy simples y nos aseguren o que todo está mal o que todo está bien, eso nos da cierto grado de tranquilidad.
Pero la tranquilidad es un lujo que no podemos darnos cuando hay tantos desafíos frente a nosotros, y la política es la forma por la cual podemos llegar a acuerdos y acciones que nos permitan enfrentarlos.
Con esto no se pretende a hacer una invitación ingenua al amor y la paz, es incuestionable que hay diferencias irreconciliables, pero si bien hay un grupo de personajes que están acostumbrados al poder y se resisten a dejar de ejercerlo, son una minoría ridícula que siguen dictando la agenda, al final los ganadores son siempre los mismos.
Renunciar a nuestra capacidad crítica para conseguir un poco de paz ficticia puede resultar bastante costoso en el futuro, pues podríamos estar entregando nuestra libertad a cualquiera de esos grupos y perder valioso tiempo que pudimos utilizar en construir una verdadera propuesta de poder ciudadano.
Ni se trata de aceptar que todo está mal en el actual gobierno, pero tampoco se puede decir que sí a todas las decisiones que está tomando el ejecutivo, como la militarización del país, ya sea como mecanismo de defensa en contra de la derecha o por amor al autoritarismo, pues estamos empeñando el futuro de la nación en ello.
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Este tampoco es un llamado a rendirse a los pies de comentócratas y/o intelectuales que se llenan la boca de críticas sin promover acciones organizativas. Se trata de apelar a la fuerza organizativa de la base de la sociedad. Lamentablemente -también por comodidad- hemos renunciado a esa opción y delegado todo a los políticos convencionales, del color que sean.