A unas semanas del cuarto informe del Presidente de la República el ambiente es adverso, enfrenta cuestionamientos internos y externos, a lo que debe sumarse la sucesión presidencial la cual se encuentra a la vuelta de la esquina. No podemos descartar posibles cambios en el gabinete, aunque el mandatario es renuente a hacerlos.
Sin embargo, existen expectativas sobre cual será la ruta crítica que permita resolver el conflicto con la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), que ha radicalizado sus protestas. Es importante puntualizar que es el último año donde Enrique Peña Nieto concentrará todo el poder en sus manos, la ilusión óptica que provoca eso podría llevarlo a auto engañarse. Recordemos a su antecesor Felipe Calderón Hinojosa, cuando llegó a éste punto de su gestión varío su discurso respecto a la guerra contra el crimen organizado, aseguró que estaba cerca la victoria militar de su administración, pero está nunca llegó. En contraste la población ya estaba meditando ejercer un voto de castigo contra el PAN en el 2012, como efectivamente sucedió.
El escenario de Peña Nieto en el 2016 no podía ser más complejo, viene de una derrota electoral que ha dejado mal herido a su instituto político. Sus enemigos se multiplican, la iglesia, y el PAN esperan sumar fuerzas en dos años y revertir la inmoralidad que para ellos representan los matrimonios de las personas del mismo sexo. La molestia con la administración peñista se ha extendido al sector empresarial, que exige la represión contra la rebelión de los maestros, los cuales se niegan aceptar la Reforma Educativa. Los hombres del dinero ven con preocupación la evolución del conflicto y la ausencia de soluciones en el corto plazo. La extrema derecha se siente agraviada quiere influir en la sucesión presidencial, en los hechos están vetando al titular de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, al secretario de Hacienda y Crédito Público, Luis Videgaray Caso, y al titular de la SEP, Aurelio Nuño.
Sin duda el cuarto informe de gobierno simboliza el disparo de salida para los distintos precandidatos presidenciales. El presidente de Morena, Andrés Manuel López Obrador, cuenta los días y quiere arrancar su campaña, las encuestas lo favorecen. De manera semejante, la panista Margarita Zavala Gómez del Campo está retando al secretario de Gobernación, Osorio Chong; el objetivo es saber si la administración de su esposo, Calderón Hinojosa, fue mejor o peor que la actual. Otro que se encuentra en campaña es el Jefe del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera Espinosa, quien a pesar de sus fracasos continúa en su carrera rumbo a Los Pinos. Finalmente en el PRI hay inquietud por saber quien podría ser el elegido que intentará retener la presidencia de la República.
En este contexto, el mandatario ve con preocupación el proceso electoral de los Estados Unidos, la Secretaria de Relaciones Exteriores hace proselitismo a favor de la candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton. Las autoridades intentan motivar a los mexicanos que viven del otro lado del Río Bravo para que expresen en las urnas su desacuerdo con las políticas racistas del candidato presidencial del Partido Republicano, Donald Trump. La tarea no luce fácil: los mexicanos, por cuestiones culturales, no votan ni allá, ni acá. No creen en la democracia, rechazan ser gobernados pero tampoco quieren gobernar.
A dos años de concluir su gobierno Peña Nieto empieza a sentir la soledad del palacio, cada gesto o palabras que pronuncie lo interpretarán como una señal inequívoca de quien es el designado a ocupar la silla que hoy ostenta.
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