Francisco Lemus | Twitter: @PacoJLemus
Altas temperaturas y notables reducciones en la disponibilidad de agua azotan a la geografía michoacana, desde luego, en unas zonas más que en otras, pero los impactos son notables para la mayoría. Dramáticas imágenes del lago de Pátzcuaro anuncian agonías y apocalipsis, pero poco dicen de la doble moral con la que se tratan los problemas ambientales del estado.
A estas alturas ya a nadie sorprende que el “oro verde” empieza a mostrar su rostro menos amable, para la mayoría de los michoacanos, esos que no tienen acciones en “Avocados from Mexico” el aguacate es cada día menos una bendición y más una maldición, no sólo por el poco desarrollo que ha generado, también por sus secuelas funestas.
Pero en general la agroindustria michoacana se conduce como una autentica anarquía, sin agraviar a los partidarios de tal doctrina política, pero de manera efectiva no hay quien gobierne las decisiones de los grandes empresarios agrícolas.
Basta un vistazo al salar en que se encuentra convertido en este momento el lado poniente del lago de Cuitzeo, a pesar de estar totalmente seco, en sus orillas los cultivos lucen todos los tonos de vida que se puede esperar en donde no falta el agua. Y es que el problema del lago de Cuitzeo no es el agua que se le extrae, sino la que no se le deja que llegue.
Y esa agua que no llega ni al lago de Cuitzeo ni al de Pátzcuaro, es agua que se está utilizando para alimentar a la agroindustria. Claro, tal agroindustria generará grandes beneficios para un muy reducido número de empresarios agrícolas. Los verdaderos costos de esa riqueza los pagarán, en un primer momento, quienes menos beneficios reciben de esos primeros lugares que presume Michoacán.
Ya los pagan los jornaleros y sus hijos: migrantes, desarraigados que viven a salto de mata sin posibilidades de generar patrimonio alguno, sus hijos carentes de toda educación y ahora contaminados por el cáncer que generan los agroquímicos. Ya los paga la familia de escasos recursos que renta y paga una casa en una zona marginal a la que se le agota el agua.
En poco tiempo, la -más imaginaria que real- clase media empezará a pagar también las consecuencias, porque aguantar un calor de 39° C sigue siendo poca cosa, aguantarlo uno o dos grados más sin acceso al agua potable sí será un verdadero problema, y los gobiernos, si siguen actuando como ahora, dejarán en claro que solo están obligados a darle agua a quien la “pague”.
Mientras ese momento llega, seguiremos viendo al gobernador lucir su sonrisa en compañía de los grandes empresarios agrícolas, esos que no conocen más color de partido que el de los billetes, dólares ahora, yuanes si se requiere el día de mañana. Qué más da si Michoacán se convierte en un desierto, ellos ya han asegurado el futuro de sus vástagos.
Aunque difícilmente les va a alcanzar para comprar otro planeta, y aunque primero se vean más afectados los menos pudientes, tarde o temprano a todos les va a tocar una rebanada de este gran pastel de heces que han contribuido con tanto para cocinar.
Pero el gran dilema ambiental en este momento tiene que encontrar salida por la comunicación, porque hacer llamados apocalípticos, cuando aún hay cosas por hacer, solo nos puede llevar al nihilismo y el desencanto, con el que ya están bastante afectados los más jóvenes.
Y lo que requerimos es actuar, con urgencia, pero sin alarmismos pesimistas. Las consecuencias de las acciones de las últimas décadas son inevitables, pero se irán acumulando a las del presente y entre más rápido podamos hacer organizadamente, más posibilidades habrá para quienes apenas llegan a este mundo.
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Debería quedar claro que no tenemos derecho a decidir ponerle fin a la esperanza y negarle el futuro a los que apenas llegan. Esto lo escribe alguien que no tiene hijos, pero que tiene claro que ni este planeta y menos aún su futuro, son de su propiedad.
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