Por: Gerardo A. Herrera Pérez
Hoy es el Día internacional de la alfabetización, es una fecha importante tanto para la Organización de Naciones Unidas, como para nuestro País, México.
Me ha tocado la honrosa tarea pública en el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos: subdelegado y otras posiciones como agente educativo estatal en Michoacán, de atender las tareas de enseñar a leer y escribir, así como atender el cálculo básico a personas adultas mayores.
Cada 8 de septiembre, me pregunto: cuántas personas que fueron alfabetizadas, pero al no contar con materiales educativos o al no darle pertinencia a los conocimientos adquiridos vuelven a caer en el analfabetismo. Ellos son los llamados analfabetas funcionales.
Hace unos días conversando con la doctora Graciela Carmina Andrade, le preguntaba sobre el programa de alfabetización con personal cubano que le toco al Gobernador implementar en Michoacán cuando fue gobernador Lázaro Cárdenas Batel. Ella me refería que en el 2010 las preguntas y su construcción del cuestionario del Censo de 2010 del INEGI, podrían ser parte de la problemática, al no estar adecuadamente planteada y podría sugerir un sesgo en la recopilación de la información; situación que incremento el número de analfabetos puros y funcionales seguramente.
Pese a estos esfuerzos institucionales, para unos adecuados, para otros no, se refleja algo que es lo más importante destacar; las estadísticas y las cifras vuelven hacer un llamado a las autoridades de Michoacán para volver a alfabetizar a una gran cantidad de personas, que cayeron en analfabetismo funcional, y que al parecer ya atiende el Inea, delegación Michoacán.
Considero, que mientras no se diseñen las políticas públicas a partir de las expectativas y necesidades educativas de la población; seguirán siendo deseables las aspiraciones de que la población cuente con el manejo de la lecto-escritura y la aritmética básica.
Hoy me parece que la educación, incluida la alfabetización, es y será necesario que contenga los cambios que permitan asegurar que las personas están trabajando en su autonomía, en hacer uso de sus talentos para tomar decisiones sobre sus vidas, sin estar sometidas a cautiverios, y a condiciones que no permiten su plena libertad.
Hoy más que nunca, necesitamos hacer que aquellas personas que viven en condiciones de pobreza, en zonas rurales, en zonas marginadas de las ciudades, tengan una esperanza para luchar por un mundo mejor.
En este sentido seguiré insistiendo, debemos de tener esperanza (dice Ernest Bloch) de que las cosas puedan cambiar, pero para ello, requerimos de la esperanza, que sea el motor de pensar lo nuevo, lo que aún no se ensaya, el coraje de soñar otro mundo posible y necesario.
Es la osadía de pensar en utopías, que nos hacen caminar y no nos dejan parados en las conquistas alcanzadas y frente al fracaso nos hacen levantarnos para continuar en el camino. Superar obstáculos y enfrentar a los grupos opresores y a los mecanismos que nos han mantenido en los cautiverios de sometimiento y control.