El caso de Debanhi Escobar ha conmocionado al país, hace algunos días se confirmó su muerte, en medio de muchas dudas, marañas burocráticas, peritajes malhechos y versiones que no coinciden, el cuerpo de la chica fue identificado por su padre. La vida de una persona no tiene valor alguno, y es que calcularlo, o ponerle precio, es imposible, sin embargo, los feminicidios son reales; con recurso público destinado a programas sociales o políticas públicas específicas, optimizando procedimientos y capacitando personal, combatiendo la corrupción, como sea, el Estado debe saldar, con las mujeres, su deuda histórica.
Para marzo del presente año, la cifra de feminicidios, según datos de la Secretaria de Seguridad, Rosa Icela Rodríguez, disminuyó en un 34.8%, es decir, se contabilizaron sólo 73 feminicidios, nueve menos que el mes anterior a éste, o sea nueve menos que en febrero, la misma secretaria argumentaría también, que en el tema de homicidios dolosos, la cifra había disminuido también en el primer trimestre del año, pues a nivel trimestral, se promediaron 82 víctimas diarias, siendo éste número el más bajo en los últimos cuatro años. No dudamos de las buenas intenciones y del esfuerzo que la primer mujer en la historia del país al frente de la Secretaría de Seguridad hace, pero esto sólo sirve para saldar los intereses.
El caso de Debanhi Escobar volvió a abrir una herida profunda, si no es que la más profunda, que nuestro país a lo largo de su historia ha intentado suturar, ha revivido las consignas y las estrategias del 8m para trasladarlas en el tiempo y el espacio y ponerlas en las manos de un sin número de mujeres que hoy claman justicia, seguridad, protección, derechos unos y obligaciones otras del Estado, consagrados en la Constitución, pero que en la práctica siguen siendo un mito. Es cierto, como ciudadanos, como mexicanos, debemos reconocerlo, el feminicidio es un mal endémico en nuestra sociedad, uno normalizado, uno invisibilizado.
Desde el gobierno federal se han implementado políticas públicas con la finalidad de disminuir este fenómeno, lo cierto es que no ha sido suficiente. Los gobiernos locales, por su parte, poco o nada se han involucrado en este tema, a pesar de que siendo estos, delitos del fuero común, son de su rotunda competencia, los gobiernos municipales, en su más pura forma, siguen actuando como cacicazgos preocupados más por el siguiente escalafón a ocupar en las próximas elecciones que por coadyuvar a corregir este mal que, como pueblo, nos sigue desangrando. El Federalismo se nos presenta como una forma eficiente de administrar los recursos y darle gobernanza a un país largo, bastante largo en el que todavía hay muchos retos por alcanzar, empero, para este caso, es una muestra fehaciente de lo corrompido e inepto que esta y es el sistema burocrático de nuestro país. A las mujeres, el federalismo les ha fallado.
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Cuando un caso como el Debanhi se visibiliza, sirve para poner nuevamente el dedo en la llaga y apurar a las autoridades a encontrar una solución, sin embargo, cada vez que se visibiliza un caso así, se invisibilizan cientos que ni si quiera llegan a ser parte de las cifras y que pasan a la historia de los pueblos más marginados del país como leyendas o anécdotas, como costumbres o derechos adquiridos con el matrimonio o el concubinato, con la custodia o el parto, con la religión o la manutención. Nos guste o no, la violencia de género no sólo es un problema cultural, también es un problema de desigualdad, estructural, de clase. No por nada, en ocasiones el acoso depende de criterios estéticos, de criterios monetarios, y es que el machismo, como herramienta de opresión, también es replicado por mujeres y adquiere connotaciones más mórbidas entre las clases más bajas.
La ola de violencia desenfrenada y grotesca que se desencadenó desde hace algunos años y que generó una tendencia a la alza en los asesinatos ha fungido como un agente de normalización de actos criminales, el narcotráfico de los años 80s coronó su carnaval de masacres con la declaratoria mentirosa y falsa de guerra que el gobierno de Calderón le hizo, pero también fungió como un catalizador que obligó al pueblo a perder el miedo y plantearse un camino distinto, a construir una narrativa distinta, una narrativa donde hoy las mujeres pueden salir a la calle a reclamar la solución de lo urgente, un camino distinto donde también pueden salir a reclamar la solución de lo inmediato, que para efectos, de este fenómeno en particular, como de algunos otros, es igual de importante.
Con el reciente cambio de gobiernos en la mayoría de las administraciones locales del país surge una luz de esperanza, pero el dolor no tiene tiempo para la esperanza, es ahora o nunca cuando los gobiernos de la 4T deberán demostrar que no son iguales, es ahora o nunca cuando deben generar los mecanismos necesarios para ayudar a la federación a reducir las cifras de feminicidios y combatir de verdad este cáncer de la sociedad que se ha agravado con el paso de gobiernos corruptos, aburguesados y miserables para los que las clases bajas siempre fueron un voto, un consumidor, para los que las mujeres siempre fueron menos que un animal y nunca un ser humano, en especial las pobres. Tenemos una deuda histórica, cuidemos a nuestros niños, apoyemos a nuestras compañeras, respetemos a nuestras mujeres, mientras, intentemos abonar a la solución intentando corregir, desde nuestro entorno, cientos de años de ignominia y mala educación, luchemos cada día por deconstruirnos, por ser mejores compañeros, mejores hombres, por reducir la enorme desigualdad en la que vivimos.
El Estado siempre ha tenido cara de hombre, asumamos el costo, saldemos nuestra deuda histórica.