Morelia, Michoacán.- En el marco de las festividades de la Noche de Muertos, el Colegio de San Nicolás de Hidalgo, llevó a cabo el desfile de Catrinas en el que se presentaron las mil formas de éstas.
La ofrenda monumental se encontraba en el centro del patio del colegio. Ahí se respiraba la alegría de todos los estudiantes que apresurados manchaban sus caras con tonos blancos y negros, delineándose perfectamente las comisuras de los dientes. Las mujeres utilizaban algunos brillos en sus ojos.
Una a una fueron desfilando desde la entrada hasta el patio. Vestidos ampones y otros ceñidos a sus cuerpos, las señoritas sonreían ante las personas que les pedían fotografías.
Las luces descendieron como si la oscuridad trajera consigo a la muerte, como si la penumbra de aquel patio fueran la antesala del mismo fin de cada asistente.
La cantera rosa reflejaba en sus paredes, la sombra de aquella mujer que nos acompaña en un nuestro último andar. La gente no le temía, más bien le aplaudía y le gritaba, como si la muerte fuera un suceso tan cotidiano.
Los cuerpos delgados de aquella que quedo en los huesos comenzaron su andar, como si estuviera conduciendo las almas al campo santo. La desgarradora melodía de “La llorona”, pareciera ser interpretada por la mismísima Chavela Vargas.
Son los corsés los preferidos por estas mujeres, las cuales parecieran que fueron pintados al igual que sus caras. Las faldas holgadas complementan su indumentaria mexicana.
De época; rancheras, fridas, bailarinas, de todos los trajes y maquillajes se ven desfilar. Algunas completamente felices porque se acerca su día, otras más tristes por acompañar a aquellos a ver el desfile.
Lo único vivo en ellas son las rosas, margaritas, girasoles y demás flores que las acompañan en su atuendo, sosteniendo los largos cabellos que parecen ser las almas de aquellos desafortunados que se adelantaron en el camino.
Al final, las luces se apagan y las catrinas descienden al otro mundo, llevándose con ellas las almas que trajeron a visitar a sus seres queridos, dejan un hueco enorme a los que aún viven.
Al bajar del escenario, las participantes se quitan el maquillaje, como si se trata de su propia piel y adquieren una vez más los rostros de los vivos.