Francisco Lemus | Twitter: @PacoJLemus
Tendrán que pasar los años para conocer el verdadero legado de la política lopezobradorista, pero me atrevería a adelantar que un cambio en el discurso preponderante seguramente será uno de ellos. Después de 40 años del aplastante poder ideológico del neoliberalismo se puede decir que, en México, como en la mayor parte del mundo se está imponiendo un nuevo paradigma.
Aunque faltan evaluaciones por hacer, al menos en el discurso López Obrador se ha mostrado como un suave crítico del neoliberalismo, quien se limitara a decir que era cuestión de “limar sus aristas más filosas” o que el modelo no era el problema, sino la corrupción rampante que ha caracterizado a su élite tecnocrática.
A pesar de ello, al inicio de su gobierno declaró que el neoliberalismo llegaba a su fin y ha sido insistente en identificar a sus adversarios como simpatizantes/partícipes de esta doctrina económico-política, llamándoles también neoporfiristas, identificándoles así con otro de los grandes villanos de la historia contemporánea.
Pero la crítica y las dudas hacia el neoliberalismo no fueron invención de López Obrador, ni en el mundo ni en México, hay que recordar que desde 1994 los zapatistas alzaron la voz en contra de su exclusión, en 1999 Seattle se vio sorprendida por la masiva cantidad de detractores del neoliberalismo, bautizados por Zedillo como globalifóbicos.
Después de la crisis de 2008, detonada por la especulación desregulada de los señores de las finanzas, que acabaron pagando millones de personas alrededor del mundo, el neoliberalismo entró en franca decadencia. Si en México el término neoliberal nunca fue popular, era necesario ahora negarlo a toda costa, al igual que las privatizaciones.
El panismo siempre ha sido un firme defensor del neoliberalismo, está en la génesis misma del partido, así como su catolicismo, pero la administración de Peña Nieto siguió las directrices y pagó cara sus dos últimas grandes acciones: las reformas energética y magisterial. La primera incumplió sus huecas promesas y la segunda afectaba al gremio mejor organizado del país.
Eso explica en gran medida el triunfo avasallante de López Obrador, lo que no implicaba que todos sus votantes fueran progresistas de izquierda, pero sí la gran mayoría coincidía en el hartazgo por las políticas económicas que únicamente han traído crisis y desempleo. Y eso es algo que el presidente debe honrar para mantener el pacto con las masas.
Aunque los apoyos sociales siguen siendo poco para atender las necesidades de la sociedad y están lejos de ser un ingreso básico universal, ya generan un cambio con respecto al modelo previo que únicamente se enfocaba en facilitar la acumulación de capital, en perjuicio de la mayoría de la sociedad, no ha sido casual que en esta era la pobreza creciera de forma desmedida.
Y aunque a los empresarios les gusta decir que la riqueza no es un juego de suma cero, todas las evidencias del desarrollo económico capitalista demuestran lo contrario, y a la par de la gran miseria que ha crecido en México y el mundo, ha ido acompañada del gigantismo de los multimillonarios que han alcanzado riquezas obscenas, más que inimaginables.
La acusación de que este cambio de discurso es una manifestación temprana del comunismo es tan absurda como el hecho de que el conservadurismo lleva más de medio siglo haciendo la misma advertencia, y ésta simplemente jamás se ha cumplido.
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Si bien el discurso crítico al neoliberalismo ya está en todas partes, hasta entre los youtubers más jóvenes, el hecho de que el presidente sea parte de este discurso que cuestiona la decadente hegemonía, y que ejerce su poder en ello, es un paso determinante para avanzar hacia un cambio efectivo en el modelo, pero definitivamente no al comunismo.