Por Kali Tapia Martínez
Cuando enfrentamos circunstancias adversas, podemos extraer de ellas significados y traducirlos en experiencias de aprendizaje. Hoy, el COVID-19, nos recuerda nociones básicas de convivencia que nos hemos negado a aprender.
Lavarnos las manos con frecuencia; toser y estornudar en el ángulo interior del brazo flexionado; desinfectar superficies y objetos de uso común; no automedicarnos e, incluso, abstenernos de saludar de mano o de beso, son hábitos que deberíamos practicar ordinariamente, con o sin Coronavirus.
Sin embargo, en repetidas ocasiones, optamos por ignorar las medidas de higiene elementales para el cuidado personal y de quienes nos rodean.
Contaminamos nuestro entorno y esparcimos las enfermedades respiratorias estacionales sin importar los contagios que ocasionemos, mismos que podrían evitarse tan solo usando cubrebocas, pero no funcionan como barrera protectora para la gente sana.
Ah… pero al creer la propia salud en riesgo, no falta quien corra al supermercado y arrase con el papel higiénico -no me explico por qué-, los productos desinfectantes y el agua embotellada. Y deja, a la gente que realmente les necesite, sin opciones.
Situaciones como ésta, exponen lo frágil que es la calidad humana frente al egoísmo, justo cuando debemos asumirnos corresponsables.
Este lunes, el gobernador de Michoacán, Silvano Aureoles Conejo, anunció la suspensión de clases a partir del 17 de marzo y hasta el 20 de abril, en todos los niveles educativos de los sectores público y privado del estado.
De igual manera, publicó la determinación de posponer los eventos gubernamentales masivos que representen riesgos de infección y propagación del COVID-19, como el Tianguis Artesanal de Uruapan, la Expo Fiesta y las actividades no esenciales que impliquen la congregación de muchas personas (eventos deportivos, foros, talleres, entre otros).
Aun cuando no se han confirmado casos de Coronavirus en la entidad, ni defunciones en el país, la administración estatal en concurrencia con la Federación, ha decidido extremar previsiones para evitar la crisis epidemiológica que ha sucedido en otras naciones.
Sin embargo, el plan no será efectivo, sin la solidaridad y acompañamiento de la población en las acciones de prevención, encaminadas a lograr el menor impacto posible. Porque no son vacaciones, es sana distancia.
La secretaria de Salud estatal, Diana Celia Carpio Ríos, aclaró que no es una patología de alta letalidad, pero sí muy contagiosa que expone principalmente a las personas de la tercera edad y a las que padecen enfermedades crónicas; son ellas las que pueden presentar complicaciones en el tratamiento y perder la vida.
En consecuencia, se busca evitar los brotes familiares causados por la esparsión y mantener la capacidad de atención y respuesta del sistema sanitario.
Si asumimos una actitud participativa, contribuiremos a que la fase de riesgo concluya en un mes, gracias al aislamiento preventivo organizado, ya que la duración regular del padecimiento es de 14 días.
Solamente quienes ya portaron el virus son inmunes, nadie más, ni siquiera el mismísimo presidente de la República, aunque el subsecretario de Salud del Gobierno de México, Hugo López-Gatell Ramírez, asegure que los 66 años de edad del mandatario no constituyen un factor de especial riesgo, a diferencia del resto de la población de la tercera edad.
“La fuerza del presidente es moral, no es una fuerza de contagio”, afirmó el funcionario federal; esa absurda lógica explica entonces que, López Obrador, todavía el fin de semana pasado se diera el lujo de besar a una niña, hasta morderla, luego de un evento masivo en la Costa Chica de Guerrero.
Mientras tanto, a quienes sí podemos ser contagiados y contagiar, una vez más, el resultado nos corresponde. Actuemos con responsabilidad social.