Hoy en día se señala que la mejor forma de garantizar la estabilidad y un buen desarrollo de bienestar social en prácticamente cualquier país, es a través de la “democracia” en combinación con un adecuado sistema “institucional” que ayude a distribuir el poder.
Las naciones que más se han jactado de tener esta clase de sistemas “democráticos-institucionales” son los popularmente llamados países occidentales, que básicamente se componen por EUA, Canadá y las naciones de Europa Occidental (desde Alemania hasta Portugal).
La idea general de estar en favor de esta especie de “democracia institucional” es que supuestamente los grandes contrapesos sistémicos evitan que el poder y la toma de decisiones tanto administrativas como políticas se centren en unas pocas manos y al mismo tiempo exista un cierto nivel mínimo de “profesionalismo burocrático” para hacer funcionar adecuadamente la administración pública.
Sin embargo, los acontecimientos de los últimos años, tales como la crisis económica mundial de 2008, en el caso de México el incremento de violencia a raíz de la guerra contra el narcotráfico, la guerra contra el terrorismo, la enorme crisis de migración actual en el medio oriente, y el fortalecimiento de grupos terroristas en distintos lugares del orbe, entre otros más, ponen en tela de juicio la capacidad institucional tanto de las naciones desarrolladas como de las naciones en desarrollo respecto a dar respuestas contundentes a cada uno de estos acontecimientos.
Teóricamente los sistemas institucionalizados en las democracias están diseñados para poder sobrellevar eventos como los señalados anteriormente, sin embargo hoy parecería que no es así. Al punto de que precisamente están apareciendo movimiento y liderazgos “antisistema” en los países tanto del primer como del tercer mundo. Ejemplos de esto serían el surgimiento de los partidos euroescépticos en la Unión Europea, el Brexit, y la llegada de Donald Trump a la presidencia de EUA.
La respuesta de aquellos que respaldan los actuales sistemas institucionales continúa siendo el “no caer en las tentaciones” de estos movimientos y liderazgos antisistema, y esperar a que sean “respuestas institucionales” las que terminen por resolver la crisis, ya que según estos simpatizantes pro sistema, los movimiento contrarios a los actuales modelos institucionales traerían autoritarismo y abuso de poder que truncaría de gran manera la democracia y la libertad que las instituciones teóricamente garantizan.
Sin embargo la paciencia es un elemento que tiene límites, especialmente cuando se habla de sociedades en conjunto. Quizá dos ejemplos que podrían servir para exponer la paciencia social, son las elecciones en EUA y en Francia, en el caso del primer país la “paciencia política” de la sociedad estadounidense se vio rebasada por la necesidad de traer cambios tanto sociales (crisis de migración y seguridad) como económicos (faltas de empleo remunerado) y al final se aceptó el discurso antisistema de Trump; por otro lado el caso francés involucró la llegada al poder de un elemento “pro sistema” como lo es Macron, frente a un elemento antisistema como Marine Le Pen, por lo tanto se puede decir que el pueblo francés decidió esperar un periodo más antes de tentarse a probar “estrategias antisistema”, aunque debe señalarse que Le Pen logró obtener el 35 por ciento de los votos, es decir uno de cada tres franceses ve como una opción real el alejamiento con las instituciones tradicionales francesas.
Estas conductas socio-políticas en favor de las posturas antisistema, aunque quizás pueden ser algo cuestionables, son relativamente comprensibles debido a que los ciudadanos promedio esperan ver resultados efectivos de parte de sus respectivas instituciones en un tiempo más o menos racional, y cuando no es así, la ciudadanía busca solucionar los problemas públicos a través de otras opciones, incluyo opciones “antisistema”.
Efectivamente, escoger estas últimas deja mucho en la incertidumbre el futuro a corto plazo de cualquier país, no obstante debe entenderse que estas “ofertas antisistema” son producto o reacción ante las constantes fallas que las instituciones puedan presentar ante la resolución de un problema de la esfera pública.
La mejor forma de evitar que estos movimientos y liderazgos “antisistema” lleguen al ejercicio de poder, no es utilizando estrategias de comunicación propagandística alertando de los peligros de estos movimientos, sino fortaleciendo a las instituciones de manera eficaz para que tanto resuelvan de manera contundente los problemas que aquejan a la sociedad y al mismo tiempo cumplan con el estado de derecho.
Mientras no se reconozca que a veces las instituciones tienden a fallar y que por lo mismo deben de revisarse y ajustarse cada cierto tiempo para actuar de la manera más rápida y efectiva, los “movimientos antisistema” siempre estarán al acecho y con la posibilidad real de acceder al poder.