Hoy en día, el derecho a la libertad de expresión está jurídicamente garantizado en buena parte de las naciones supuestamente democráticas. Claro está, hay varios casos donde en la práctica esto no termina por garantizarse y es ahí donde se gestan distintas formas de lucha para asegurar el cumplimiento de este derecho, que van desde litigios institucionalizados hasta protestas violentas.
La libertad de expresión siempre fue una de las principales metas procuradas por la generación de los derechos civiles y políticos que se plantearon en el siglo XIX y que a lo largo de la historia también siempre han representado un anhelo para la humanidad.
En la actualidad las sociedades más o menos liberales o democráticas tienden a condenar acciones que laceren el ejercicio de la libre expresión de ideas o pensamientos, normalmente justificándose en la filosofía de que sin importar si se está o no de acuerdo con la idea o el pensamiento expresado, se debe de permitir cierta tolerancia frente a éste, siempre y cuando no se caiga en libertinaje, ofensas o daños severos.
Particularmente este tema se encuentra sobre todo, vinculado al ejercicio periodístico y literario, pues la libertad de prensa está prácticamente hermanada con la libertad de expresión. Es por ello que siempre se tomó como referencia de los defensores de la libertad de expresión a los reporteros y periodistas que no estuvieran posicionados del lado de aquellos que estuviesen en el poder.
Desde luego esto último siempre fue una idea muy optimista, ya que difícilmente los medios de comunicación son cien por ciento imparciales, aunque lo idóneo sería que estuvieran buscando serlo. Y por supuesto, lo idóneo para aquellos que ejerzan el poder es que permitan el ejercicio libre de prensa y de expresión de ideas acorde a como se plantea en las leyes, especialmente a como lo plantean los derechos humanos.
Sin embargo también en estos tiempos modernos, de una forma bastante inusual, se está replanteando la libre expresión de ideas y su relación con aquellos que ejercen el poder. Particularmente con la llegada de Donald Trump y sus constantes críticas hacia múltiples medios de comunicación estadounidenses, el debate de la idea de la defensa de la libre expresión está tomando un nuevo rumbo.
Para la gran mayoría es muy notorio que las críticas de Trump contra el llamado “cuarto poder” son burdas, simplistas y hasta inmaduras, y en muchas ocasiones infundadas. Pero aun así la idea de un mandatario que critica el actuar de los medios de comunicación no debe de verse con malos ojos, al menos no en un sentido general.
Al final de cuentas en las democracias, especialmente en las repúblicas, teóricamente los mandatarios son también ciudadanos y por ende tienen libertad de ejercer sus derechos incluyendo el de realizar críticas.
Históricamente siempre fue un tabú político escuchar críticas duras y directas de parte de los distintos mandatarios hacia los medios de comunicación, únicamente ocurrían cuando estos últimos difamaban o descaradamente falseaban información; sin embargo esta idea de la “invulnerabilidad política” de los medios de comunicación respecto de quienes ejercen el poder ya debe de ser desechada.
¿Si está bien visto que los medios de comunicación y la oposición política, emitan sus respectivas opiniones sobre las personas que están en el poder, por qué esto no puede aplicarse con los mandatarios que critican u opinan sobre sus adversarios políticos o sobre el propio trabajo de la prensa? Realmente la respuesta muy posiblemente se remitiría a la forma en la que el poder ha estado distribuido en la mayoría de las distintas etapas históricas, un poder casi absoluto en pocas manos y con muy pocas restricciones; sin embargo esto cada día es más diferente, ahora el poder está cada vez más orientado hacia una distribución mucho más equilibrada, por lo mismo, en las democracias consolidadas la idea de que un mandatario critique a los medios de comunicación, o incluso a quienes lo critican, no tendría por qué inquietar a la sociedad.
Ciertamente, críticas infundadas o hasta violentas son condenables, pero eso viene aplicando con cualquier persona y no solo con alguien que ejerza el poder. Nos agraden o no, pero los mandatarios también deben tener el mismo goce y ejercicio de la libertad de expresión que el resto de los ciudadanos, al final también son sujetos de derecho, por lo mismo no debería ser mal visto que ejerzan opiniones o críticas sobre algún tema, al menos no en un sentido general.
Si una sociedad critica la opinión o expresión de alguno de sus líderes políticos, esa crítica tendría que ser más por el contenido específico de la opinión que por emitir una opinión en sí misma. Al final de cuentas la lógica jurídica dictamina que alguien que puede criticar también puede ser susceptible de recibir críticas y viceversa, alguien que es criticado deberá también tener el derecho de criticar.