Morelia, Michoacán.- La Orquesta Sinfónica de Michoacán (Osidem) y el Coro del Apostolado de la Cruz interpretaron la obra de Mozart “Misa de requiem en re menor, K. 626”, en la Catedral de Morelia, con lo que ofrecieron su respeto a los difuntos que visitarán dentro de dos días nuestro mundo.
Las voces sonaron y la catedral se cimbró, como si aquello fuera un llamado hondo para que todos aquellos que se fueron, regresaran de entre la tierra y se postrarán a las afueras de la iglesia.
Los instrumentos tocaron y parecía que una gran tormenta se acercaba. La acústica de catedral era perfecta para que cada uno de los asistentes percibiera el sonido de cada instrumento, como si se trata de un olor o un color. Los asistentes maravillados se deleitaban como si comieran un gran festín.
Algunos espectadores percibían el concierto a través de sus aparatos móviles, como si aquella escena les diera temor, como si aquellos cantos de verdad fuesen a levantar a sus seres queridos.
Las imágenes parecían tener vida. Aquel lugar parecía que se levantaba al sonar cada uno de los instrumentos, como sin ellos tuvieran vida propia.
Ángeles y vírgenes veían atónitos los brazos del director de orquesta, como cuando un torero está a punto de matar a un toro; cada movimiento era preciso para aquellos asistentes.
Los asistentes callados, como si aquello no fuera una misa, sino un funeral, se percibían como si uno de sus familiares estuviera ahí postrado dentro de un féretro.
Cada retablo de catedral pedía clemencia ante cada nota, como si aquello no fuera más que el recordatorio de lo que ya fue.
La orquesta se detuvo, también el coro, y los aplausos rompieron ese silencio, como lo rompe una viuda que pide se le sea devuelto su esposo, como la madre que llora a su hijo, como las personas que pierden a un ser querido.
Los retablos y las imágenes vuelven a su posición habitual. La misa a terminado y las campanas ya han anunciado que la estancia de las almas en este mundo, ha concluído.