La vida en comunidad implica que uno debe poner limites a su propia libertad en aras de
una convivencia más armónica; por más que nos fascine la idea de la independencia total
ésta es imposible, pues desde los orígenes de la humanidad hasta la actualidad es
necesaria la fuerza que da la unión organizada de la sociedad.
Pero la modernidad descansa sobre la seductora promesa de un mundo en el que nuestra
individualidad es un valioso activo que debemos proteger a toda costa, siendo nuestros
más egoístas intereses una virtud a celebrar y reconocer, sin importar cuánto afecte al
resto de la sociedad, por ejemplo, un excesivo derroche de recursos.
El neoliberalismo como ideología se sustenta en un individualismo extremo, y en la
defensa a ultranza de la libertad, pero no de cualquier libertad, sino la de acumular tanto
capital como sea posible. A pesar de que tan exacerbada acumulación de recursos en
muy pocas manos genera graves desequilibrios en el acceso a la riqueza y por tanto al
ejercicio del poder.
Actualmente existen personajes con tal cantidad de recursos que poseen más riqueza que
países completos. Cuando una sola persona amasa tal nivel de riqueza se vuelve
bastante difícil ponerle límites o sujetarlo a respetar cualquier tipo de norma, ley o
regulación.
Esa libertad empresarial tan celebrada por la economía puede no ser tan bien recibida
entre quienes ven la prioridad en el bienestar colectivo. Un ejemplo claro de ello lo
podemos encontrar en Elon Musk y su manejo de la red social antes conocida como
Twitter, y a la que ha convertido en espacio para la propagación de noticias falsas y
discursos de odio.
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No hace falta ir más lejos, México tiene sus propios malos ejemplos, empezando por
Ricardo Salinas Pliego, un empresario enriquecido a la sombra de las riquezas públicas
rematadas por los gobiernos neoliberales, quien hoy intenta influir en la opinión pública
defendiendo las ideas más vulgares y criminales que escapan de su mente o de quienes
manejan sus redes.
Estos magnates sienten cualquier intento por hacerles pagar impuestos y con ello
asegurar que el Estado pueda mantener sus funciones más esenciales y con ello
garantizar un desarrollo lo más sano posible para todos los integrantes de la sociedad, es
un atentado a su libertad; aunque esto garantice condiciones positivas para la vasta
mayoría.
Pensemos en los altos costos de vivir en una sociedad precarizada en la que cada
persona está constantemente tentada a desobedecer la ley para poder obtener un
beneficio extra, después de todo, aquellos más adinerados ya lo hicieron previamente.
Los gastos en seguridad y expertos legales acabarán haciendo más precaria la vida de la
mayoría.
Tal vez estos gastos acaben siendo más altos que los que tendría pagar impuestos y con
ello garantizar un desarrollo más armonioso para la mayoría, por lo tanto, incidiendo en un aumento del bienestar común. Sin embargo, pagar por servicios, como un consumidor es
visto como algo más respetable que depender de los servicios públicos, como un
ciudadano.
Dejando de lado los privilegios de los más poderosos, la realidad es que el individualismo
y defender los falases privilegios que se pueden desprender de ser un consumidor -aunque sea uno bastante paupérrimo- se han convertido en una forma de vida para la mayoría de la humanidad, incluso en países con elevados niveles de pobreza como
México.
Cambiar el modelo y apostar por el bienestar colectivo por encima de la quimera del
bienestar individual basado en una inexistente meritocracia, es más complejo de lo que
parece, pues todos hemos encontrado en esos pequeños privilegios una cómoda forma
de vida aunque esto implique poner en riesgo el futuro de toda la comunidad.
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