En plena carrera abierta al proceso electoral del próximo 2018, se perfilan dos candidatos con dos propuestas diametralmente diferentes, por un lado, la de una oposición extrema que encabeza el líder nacional del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) y el actual precandidato de unidad del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que con la liturgia y los protocolos que caracterizan a dicha fuerza política, no deja de ser el candidato del partido en el gobierno.
En este sentido, las voces de los ciudadanos de a pie, de aquellos que conducen un taxi, van a los mercados, que igual comen en un restaurante de las muchas cadenas que hay o en los puestos informales que abundan por todos lados, de quienes comentan en un café o en una charla entre amigos que “la cosa no mejora y que cada día estamos más mal que antes”, todas esas voces llegan a un mismo punto: ¿a quién darle el beneficio de la duda: al candidato que representa lo mismo o al candidato que ha sido consistente con su lucha desde la oposición al régimen en los últimos tres sexenios?
Es un tema no menor, porque el debate no se centra en la fuerza de las ideas o en la altura de los candidatos y su capacidad técnica para dirigir las riendas de nuestro país en los próximos años, sino en una cuestión de ver, al puro me-late, “quién es el menos malo” o el que ahora sí va a cumplir con sus promesas. Lo cual nos lleva a un tema central: “la confianza”. Y la confianza es una cuestión de percepción, una percepción muy endeble cuando las instituciones son débiles o altamente cuestionadas por su eficacia, contundencia, imparcialidad o efectividad.
Los analistas políticos de la escuela del “rational choice”, la elección racional, parten del principio de que los electores, como entes individuales responsables y cultos realizan un análisis detallado de las ventajas y desventajas de votar por una opción o por otra; porque poseen información suficiente y útil, porque tienen la capacidad para elegir bien, es decir, la mejor opción; y, porque la relación utilidad-beneficio es clara entre las diversas opciones políticas, como si se tratará de elegir entre la mejor silla o el mejor sillón. Pero en realidad, el tema central está en la percepción y en la confianza, más que en la racionalidad del voto, es decir, en la subjetividad más que en la objetividad.
Se dice que la opción del Dr. Meade atraerá los votos de los disidentes moderados y cultos de la oposición como si fuese ello algo tan sencillo. Se dice que la opción de AMLO (Andrés Manuel López Obrador) nos llevará a la catástrofe total. Pero en realidad, ambos planteamientos son muy endebles. Porque el perfil ciudadano que el PRI le quiere ofrecer al electorado con su candidato para el 2018, no se la creen ni ellos mismos, y más señal de alineación y disciplina partidista la ha hecho la ex gobernadora de Yucatán, Yvonne Ortega, al darle su apoyo al candidato oficialista de su partido, es decir, del gobierno. En este sentido, ¿el ciudadano de a pie, de carne y hueso que no está inmerso en las lógicas y maquinarias de los partidos, puede creerse la “independencia” absoluta del Dr. Meade con el PRI? ¿A él se le puede conceder el beneficio de la duda respecto a sus lealtades y filias anteponiendo una imagen de honestidad, capacidad y destacada trayectoria profesional con lo que el balance a la larga lo hace considerar como la opción menos mala para el país?
Por el otro lado, la propuesta de AMLO no ha sido tan fatídica o extrema como se ha dicho o, en algún momento, se nos ha hecho creer. Prueba de ello es que ya gobernó la Ciudad de México, el segundo presupuesto público más grande del país, y la capital no colapsó. Se ha dicho que los empresarios lo odian y le temen, pero dentro de su gestión como Jefe de Gobierno se desarrolló uno de los proyectos más dignificantes que fue el del rescate del Centro Histórico y ahí estaba la mano del hombre más rico de México, de un empresario ejemplar, el Ing. Carlos Slim. De ahí que muchas voces griten, en bajito o en lo alto, que se le dé la oportunidad, que lo dejen llegar y que llegue para ver sí cumple con todo lo que ha prometido. Se trata de un sector que va creciendo cada vez más entre las clases populares y la llamada clase media. Una tendencia que conforme a encuestas muy reconocidas, como las de Mitofsky, está haciendo que sus números negativos se vayan reduciendo. Por ello, ¿será que el reclamo social por la falta de contundencia o efectiva del actual gobierno lleva a pensar como una opción sería la propuesta de AMLO? ¿El movimiento que representa con su honestidad valiente es la propuesta menos mala para darle un cambio de timón al país?
Honestamente, tengo mis reservas en ambos casos, desde un punto de vista centrado en la percepción a ultranza. Apelo al debate de las ideas y de los proyectos. Creo que debemos elevar el debate público y apostar a una propuesta responsable para los próximos 6 años. Hace falta que el Frente Ciudadano se pronuncie y ojalá un candidato o candidata venida desde la ciudadanía sea la tercera vía a seguir. Pero en esto, todavía falta un contendiente y no queda mucho tiempo. Los tiempos se están viniendo encima y el frente no puede escapar a los mismos. Entre las propuestas que están sobre la mesa, el beneficio de la duda a quién se lo daría Usted. En lo personal, prefiero la capacidad probada que las propuestas populistas.
Ernesto Navarro.
ernesto_unam@yahoo.com.mx
Fuente:http://www.consulta.mx/index.php/estudios-e-investigaciones/elecciones-mexico/item/988-los-presidenciables-en-la-opinion-publica-nov-2017