La política exterior de la administración de Donald Trump sigue provocando estragos en America Latina, a los mexicanos los tiene amenazados con la construcción de un muro fronterizo y a los venezolanos con una posible invasión militar. Ahora le tocó el turno a Cuba, el mandatario republicano decidió expulsar a 15 diplomáticos de la embajada cubana en Washington, marcando así un nuevo golpe a la política de acercamiento emprendida por su antecesor, el demócrata Barack Obama que logró el restablecimiento político entre ambas naciones en julio del 2015.
Queda claro que la decisión de los Estados Unidos tiene un carácter eminentemente político. A pesar de ello en las calles de La Habana nadie parece estar sorprendido con lo acontecido, recordemos que es la segunda ocasión que sucede, el pasado 23 de mayo de 2017 el Departamento de Estado ordenó que dos diplomáticos cubanos abandonaran el país de las barras y las estrellas.
Vale la pena precisar que en agosto saltó a los medios de comunicación la historia de diplomáticos estadounidenses que habían sufrido pérdidas auditivas y otros daños a la salud durante su trabajo en Cuba. El primero de los incidentes se remonta a noviembre del 2016 y el último a hace apenas unas semanas. Trump ha justificado la medida argumentando que se ha reducido más de la mitad del personal diplomático en La Habana. En realidad tiene la clara intención de responsabilizar a las autoridades de la isla por lo sucedido. En contraste, la administración de Raúl Castro ha estado insistiendo que la investigación se dio con celeridad y profesionalismo desde el mismo momento en que se les comunicó de los hechos y adoptaron medidas adicionales de protección a los diplomáticos y sus familiares.
En este ambiente de confusión no existe una explicación creíble para la variedad de síntomas descritos, no hay evidencias de las causas que provocaron la crisis diplomática. En este sentido, se debe señalar que el problema para llegar al fondo del asunto ha sido que el gobierno cubano no ha tenido contacto directo con los afectados, ni con los médicos que los examinaron, han recibido de manera tardía las evidencias, tampoco ha habido posibilidad de realizar intercambios con expertos de los Estados Unidos con conocimientos sobre hechos de esta naturaleza y de la tecnología que pudo haberse empleado. No hay voluntad de la parte afectada que permita avanzar en la búsqueda de la verdad.
Después de más de cinco décadas de hostilidad entre estas dos naciones, es necesario reconocer que si hubo alguien interesado en avanzar en una relación con los Estados Unidos fue Fidel Castro quien en abril de 1959 viajó a ese país para explicar el rumbo que tomaría la revolución. El entonces presidente de Estados Unidos, Dwight David
Eisenhower evadió la posibilidad de un encuentro con el líder revolucionario, prefirió encargar la incómoda tarea al secretario de Estado, Cristian Herter, y al vicepresidente, Richard Nixon. Esto sucedió tres meses después del triunfo de la revolución, aún no se había establecido la alianza con los soviéticos y todavía no se tomaban medidas que afectaran sustancialmente los intereses estadounidenses. Por lo tanto, queda claro que no fue Cuba la que inició la ruptura de las relaciones diplomáticas, que finalmente se consumaría en enero de 1961.
No obstante, Fidel no dejó nunca de explorar distintos caminos para mejorar la relación con los Estados Unidos. Hoy parece muy lejana esa posibilidad en el horizonte. América Latina debería aprovechar esta coyuntura y buscar la unidad en el continente aunque esto sea una utopía.