Día con día, para más de la mitad de la población en la ciudad de Morelia resulta una resulta una proeza obligada transportarse en la combi, o el camión
Morelia, Michoacán.- Un horizonte de flores rojas y amarillas con un percudido fondo gris inunda la vista. Desde el asiento trasero del conductor resulta imposible mirar más allá de la florida blusa que con penurias cubre un torso y medio vientre a escasos centímetros de tu rostro. Es un día más a bordo del transporte público moreliano.
Día con día, para más de la mitad de la población en la ciudad de Morelia, resulta una proeza obligada transportarse en la combi o el camión, no sólo por la mala condición que caracteriza a la mayoría de las unidades, sino por el hacinamiento del que los usuarios son objeto durante su trayecto, con cuerpos amontonados, precaria ventilación y choferes poco ilustrados en las artes del correcto manejo de un automotor.
El olor agrio de ropa humedecida por el sudor o algún otro fluido corporal, abona a la agonía de un trayecto en el que la apuesta pareciera ser cuántas personas caben en el menor espacio posible. La esperanza de algún asiento próximo a desocuparse se evidencia no sólo en la mirada de quienes viajan de pie, sino también de aquellos que sentados, sueñan se libere algo de aire para poder respirar.
Para usar el transporte público hay que aplicar estrategia: la prioridad es ocupar el asiento al lado del conductor en la parte delantera de la combi, ahí, los frenazos y el paso por los topes no son tan perceptibles, pero si la suerte no te favorece y te toca en la parte trasera, corres el riesgo de lesión si no procuras sujetarte de los pasamanos o el asiento para amortiguar los golpes.
Pese a todo, los asientos traseros también tienen sus ventajas en horas pico, principalmente los ubicados al lado de las ventanas, ahí te blindas de tener por encima de ti cuerpos de usuarios parados.
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Quienes se colocan en el asiento trasero del copiloto corren la suerte de ser los pasa-pasaje, aunque es frecuente verlos perderse en la pantalla del celular o fingirse dormidos para evitar hacer el favor.
Sin posibilidad de movimiento, la mente divaga, te preguntas si las mallas negras que presionan ese cuerpo que está frente a ti son lo suficientemente resistentes y soportarán las inclemencias del viaje con los jaloneos producidos en el trayecto, por momentos temes que el elástico ceda y la carne se abra paso hasta llegar a tu rostro.
Si se corre con suerte, el chofer mantendrá el aparato de sonido de la unidad a volumen aceptable, pero si el destino ha determinado suplicio mayor, los decibeles y los corridos tumbados serán la gota para derramar el vaso.
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Por eso en muchos de los casos, lo mejor es abandonarse al sueño para que la pesadilla del trayecto resulte lo más breve posible.